No debo quejarme del precio de los libros, repitan conmigo, No debo quejarme del precio de los libros, repitan una vez más —porque al parecer el cerebro capta mejor la información si va de tres en tres— No debo quejarme del precio de los libros.
Una vez hecho esto, procedo a quejarme.
Por la culpa de no querer darle mis pesos a San Amazon, Patrono de los Consumistas y por inventarme un viaje relámpago a las librerías de Puebla Capital para ver las novedades literarias, ¡ah! y también por mis terribles ganas de comer un sushi decente que en el pueblo es difícil de encontrar, me salió más caro el caldo que las albóndigas.
En mi lista de compras figuraban Cristina Pacheco, Lucía Berlín, Jorge Comensal y Roberto Bolaño. El principio del placer y otros cuentos, de José Emilio Pacheco y Hasta no verte Jesús Mío, de Elena Poniatowska que leí en mi aplicación de Bookmate, me gustaron tanto —el segundo más que el primero— que se sumaron a la compra.
Dicha selección es meramente profesional, lecturas obligatorias, un tipo de tarea. Así que me propuse apegarme a lista y no incurrir en adquisiciones a lo barbarie. Señor, no me dejes caer en la tentación repetía para mis adentros en frases de tres en tres mientras peregrinaba por las librerías Gandhi, Sótano, BUAP e incluso, Sanborns.
Conseguí la mitad de ellos, es decir, tres libros. Saqué mil pesos de mi cartera y se los di al joven cajero junto con mi tarjeta de beneficios.
- ¿Cuántos puntos tengo? — vino a mi mente la imagen de la pequeña Mónica en la tiendita de barrio preguntando para qué le alcanza . . . Y eso ¿cuánto es en pesos? —continué mientras el chico me daba cuatro monedad de diez de cambio.
- Son cincuenta y cuatro pesos. . . Y si responde a esta encuesta —remarcó en amarillo la página que empieza con tres doble U— le regalamos cien pesos en su siguiente compra.
Dios, concédeme el valor para pagar libros de cuatrocientos pesos, y sabiduría para convertirme en una autora que los valga. Amén.
Como Dios me escucha poco y con justa razón pues acudo a él solo cuando necesito algo, decidí rezarle a San Amazon de camino al sushi decente . . . ¡oh, altísimo Señor, poderoso entre los poderosos, tú que todo lo perdonas, perdona a esta humilde sierva incrédula de tu divinidad y recibe este click como signo de mi amor y mi fidelidad hasta que la muerte nos separe.
¡Mil cien pesos me costaría el milagrito! Mil cien pesos a pagar el mes próximo, mil cien pesos bien invertidos, mil cien pesos que, divididos a tres meses sin intereses, se convirtieron en un Sí porque YOLO, porque lo valgo, porque Dios proveerá.
Se preguntarán ¿y los PDF´s? ¿los bajos mundos de la piratería? ¿las fotocopias?, resulta que, así como hay quienes no se acomodan con los audiolibros o el sushi empanizado les resulta una aberración (perdón, sigo salivando por un Spicy Tuna Roll), existimos los que nos aburre, nos cansa y nos pone de malas leer en la laptop.
¿Mi culpa, mi culpa, mi gran culpa? o es culpa de la triada conspiranoica la que nos hace decidir y actuar. Piénsenlo y me responden a la de tres.
Una. . .
Dos. . .