La mitad de mi vida puedo contarla a partir de dos casas: la de mis papás y la de mi abuela Salustia. En una vivía de lunes a viernes y, en la otra, los días divertidos de las vacaciones.
Al regreso del verano, la pregunta obligatoria del primer día de clases era ¿a dónde fuiste de vacaciones?, mi respuesta durante años fue “a la casa de mi abuela” y ¿dónde queda eso? insistía la maestra, quizás porque se imaginaba que mi abuela vivía en Chihuahua o Yucatán, “ahí en la Gustavo A. Madero, cerca de Eduardo Molina” respondía yo con entusiasmo.
Las vacaciones con mi abuela eran una fiesta todos los días, apenas salía el sol, mis tíos abrían las puertas de su casa de seis por seis y las cerraban hasta la noche. Los primos pasábamos de una casa a otra, del Tri a Frankie Ruiz; del taco de huevo al licuado de búlgaros; de la sopa aguada a las croquetas de atún. Éramos los hijos y las hijas de los tíos y las tías por igual.
Ahí, en el barrio de La Villahermosa aprendí a bailar a los seis años y a los doce, me consagré en la salsa, cumbia y merengue. Me sé casi todas las de Vicente Fernández, Juan Gabriel y José José, todos lejos de este mundo donde la vida no vale nada.
La muerte de Paquita la del Barrio fue un golpe letal, era el último personaje vivo de esos años pueriles dondetodo mi mundo era la casa de mi abuela. Con Paquitaaprendí a cantarle a los hombres con resentimiento, a pasar del llanto a la risa y a facturar con el dolor. Cheque en Blanco es un himno, Tres Veces Te Engañé, un deseo por cumplir o cumplido y puedo decir, sin temor a equivocarme, que me han ovacionado más veces por cantar Rata de Dos Patas que por mi trabajo como escritora.
Por todas esas fiestas con mariachi, kareoke o a capella,brindo por tu vida, tus letras y el barrio. Gracias, Paquita, me saludas a la tuya.