María me recuerda a mi madre, una mujer de sesenta y cinco años, cuya mente y actitud no coinciden con el pelo blanco y las pecas de sus manos. Como buena periodista tiene una rutina que ha ido ajustando conforme el cuerpo lo requiere, aunque siempre, y enfatiza siempre juntando el índice con el dedo pulgar, mientras el resto de sus dedos blanquísimos quedan en el aire, siempre empezaré el día con un buen café.
Hace siete años que se alejó del periodismo de a pie, el que se hace en las calles sea buscando las historias de la working class o persiguiendo la nota de última hora. Atrás dejó los años vertiginosos, mas no ha perdido el ímpetu por vivir intensamente. Décadas atrás aceptó la invitación de una revista para participar en un reto de supervivencia de cinco días en el Gran Cañón, mientras que el año pasado decidió caminar en solitario la ruta del peregrino de Santiago de Compostela.
Con el Tepozteco de testigo, me dice que el 9/11 le cambió la vida al igual que a muchos neoyorquinos. En medio de aquella catástrofe, entre el caos y la urgencia de reportar la noticia, observó la incansable labor de los bomberos por rescatar los restos de sus compañeros: un pedazo de jersey, una cartera, algo que entregar a las familias.
El derrumbe -continúa nuestro diálogo en la banca de hierro forjado que nos ha servido de descanso y desahogo esta última semana- pulverizó los cuerpos, entonces las cosas se trataron con el mismo respeto que se le da a una persona que ha perdido la vida.
Mi mamá era una niña en la época de la Guerra Civil Española, ella y mis abuelos se refugiaron en Bolivia, ¿you know?, ahí conoció a mi padre y después de algunos años se fueron a Nueva York, donde yo nací. En España murió gente y nunca los recuperamos, I mean, no sabemos qué pasó con ellos, dónde quedaron, they just disappear.
María, en parte, decidió ser periodista para contar historias y explicarse un poco la vida. En casa, los silencios se interrumpían por la curiosidad de una niña que notaba la desolación en los ojos de su madre, entonces, como las respuestas nunca fueron suficientes, decidió convertirse en una mujer buscadora de la verdad: ¡a fucking great journalist!
Ahora que enseña periodismo en la universidad ha encontrado el tiempo para escribir sus memorias con todos los matices que pueda tener ser una mujer española, boliviana y norteamericana. Además del café por las mañanas, hace yoga todas las noches antes de dormir y procura visitar tantas veces como puede a su familia en el Viejo Continente.
He tenido problemas de joven para conseguir trabajo por mi apellido latino, ¿you know? El racismo es terrible y luego está que voy a Bolivia y me dicen que puedo ser ciudadana, pero existe problema con mi birth certificated. Es un lío. Así que me quedo como estoy ahora porque dentro de mí sé lo que soy y es lo que importa.
María es grandiosa, generosa y determinada, hace yoga por las noches y tiene un hijo universitario. Comparte conmigo la residencia de escritura Under the Volcano para aprender a compaginar los facts con los details.