De Alessandro Baricco he leído y releído y vuelto a leer Seda (Anagrama, 2018), si ya la palabra es hermosa, imaginen la historia: Hervé Joncour, un joven militar que viaja a Japón en busca de larvas de gusanos de seda, se enamora de la principal cortesana del señor feudal japonés. Una mezcla -así me resuena a mí- entre las series de Netflix Shogún y Marco Polo.
Más que en el libro, que es una joya de lenguaje, breve y entrañable, quiero hacer hincapié en el resonar, en las referencias y cómo las organizo en mi mente como carpetas de PC. Mi infancia, por ejemplo, está debajo de los escombros que deja el alcoholismo, las infidelidades y la violencia, acceder a lo dichoso, equivale a remover piedras que podrían aplastarme.
En ese desastre interno encontré refugio en el exterior, en la biblioteca escolar y la capilla, ahí, en el silencio de las páginas y las velas consumándose encontré de dónde asirme para no colapsar.
“Mi veldá”, diría una vedette y actriz cubana, dista de ser la de una monja o intelectual; sin embargo, me juzgaron cuando pensé en tomar los hábitos muy a la Sor Juana, lo confieso, y me siguen juzgando por preferir la lectura a las reuniones familiares. Mis referencias entre los seis y dieciséis años quedan limitadas a las noches de Siempre en Domingo o el noticiero de Jacobo Zabludovsky. Con la adolescencia vino la ópera, la trova y los autores del boom; sin embargo, mi mente bien entrenada para entonces me hace vivir y olvidar, como si los recuerdos se perdieran en mi laberinto interno y el monstruo del archivo muerto terminara devorándolos.
Regresando al también dramaturgo y ensayista Alessadro Baricco, en una charla que sostuvo frente a un auditorio lleno por allá del 2016, en la sala Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey, menciona que la literatura, como la vida, debe entenderse como el metro de Londres -aclaro- como el mapa del metro de Londres, diseñado por Henry Beck en 1933 que, tras varios intentos de mapas que pudieran asemejar a platos de espagueti, el autor es italiano recordemos, el genio de Beck logró simplificar en líneas rectas y ángulos de 90° y 45° el caos de fierros, cruces y estaciones que existen debajo de la ciudad.
Lo importante para Beck, apunta Baricco con la magnífica traducción de Vittora Marinetto, era hacer sencillo el camino en la mente del usuario más que la verdad. Renunciar a la verdad, a una verdad imprecisa pero clara, es mejor que una verdad precisa pero complicada. Si elegimos la segunda perderemos el camino infinidad de veces, en cambio, vivir en la primera es ganar confianza en uno mismo y en el otro, de tal modo que si entiendo la verdad -a mí manera- puedo decidir qué hacer y darle dirección al camino. Bien dicen que mientras alguien ve el vaso lleno, otros lo ven vacío.
La vida en sí misma es caótica, abrumadora y avasallante. Si viviéramos dentro de ella las veinticuatro horas del día intentando encontrarle sentido, sería imposible continuar. Simplificarnos el camino es concentrarnos en el objetivo final más que en la ruta y no al revés, como un mapa de metro.
Lo mismo con las relaciones de pareja: si pretendemos conocer al cien por ciento a nuestra pareja y lo que piensa, fallaremos las mismas veces que nos enamoramos. A veces es necesario “vivir Beck”, dice Baricco, quedarse en la superficie y no intentar bajar al caos.
“Vivir Beck” también es aprender de belleza y simetría, del equilibrio. Es aprender a contar sin contar, a elegir una palabra, un color, un salto o un acorde y saber colocarlos. Es darles sonoridad a las letras, dimensión al color, voz al cuerpo y poner en la superficie lo que está dentro para que en el otro exista una referencia y para eso existe el arte en todas sus expresiones.
Si el metro de Londres funciona porque eligió un mapa con una verdad imprecisa, mi vida lo hace porque eligió la literatura. Escribir, queridos hipócritas lectores, es trazar mi propio mapa de vida con líneas rectas, breves y colores vivos y chillantes, aunque debajo haya algo oscuro y hecho nudo que no puede explicarse.
La literatura puede ser simple y sublime a la vez.