Gracias (Planeta, 2024) es el libro con el que Andrés Manuel López Obrador despide el sexenio 2018-2024. Hace unas semanas, mi suegro me encargó -porque yo soy la escritora de la familia- que le comprara el libro cuando anduviera por una tienda. A mi suegro solo le falta tatuarse el rostro del Cabecita de Algodón junto a la telaraña que lleva en el brazo, o su nombre en letra de molde para acompañar al “L O V E” de sus dedos.
¿Cómo negarme ante tal petición? Siendo sincera, hipócritas lectores, son de esas compras penosas pero necesarias, necesarias para no quedarle mal a mi suegro y porque no me perdonaría quitarle las ganas de leer a una persona.
Al respecto, hice una pequeñísima encuesta con los miembros de la familia. Dentro de sus compras más vergonzosas destacaron: las toallas femeninas (compradas por hombres) una playera del América para regalo y pedir huachicol en una tienda naturista en lugar de cuastecomate.
Yo odiaba que mamá me mandara a comprarle la pachita a papá (una botella pequeña y por lo general aplanada en que vienen envasados ciertos tipos de bebidas alcohólicas, de acuerdo con la RAE).
Hubo una vez en particular de entre todas las veces que acudí a la tienda para comprar alcohol. Me pidió que la acompañara al OXXO y mamá aprovechó para hacerme el encargo. De Don Pedro o Presidente, papá prefería el brandy a otras bebidas embriagantes. La vecina era la ahijada de papá, así que conocía la situación que se vivía en casa, no obstante, le inventé en la fila del OXXO que la necesitaba para una receta de trufas envinadas, con la intención que el dependiente escuchara. Eran los noventas y la venta de cigarros y alcohol aún no estaba tan regulada como ahora. Camino a casa, D me pidió que, si las trufas me quedaban ricas, le convidara algunas. Nunca supe si lo hizo por solidaridad o porque aprendí a mentir demasiado bien.
En la preparatoria me convertí en la experta compradora de cervezas entre los amigos. Para que papá se la curara, primero eran las cervezas, después el suero de agua mineral con refresco de manzana y en los casos más críticos, hospitalización. Digamos que, sin querer, mamá me entrenó para poner en el mostrador los envases de caguamas y solicitarlas con importe. Tal era mi seguridad y que los tenderos se limitaban a cobrarme.
De la vergüenza pasé a la gloria.
Me entrené para todo tipo de vergüenzas en la vida, mas no para las literarias (todavía), así que estando en Gandhi del centro de Puebla, le pedí a mi acompañante que solicitara el libro. Yo lo pido y tú lo pagas en caja. Le dije que sí, además pensaba llevarme la Autobiografía del algodón o La Castañeda de Cristina Rivera Garza, cuál fue mi sorpresa de saber que todos los libros de la autora, TODOS, estaban agotados.
Ni modo. A pagar a AMLO en solitario.
—¿Encontró todo lo que buscaba?
—No, buscaba libros de Cristina Rivera Garza
—Una disculpa, ganó el Pulitzer y todos los títulos se terminaron, quizás la próxima semana surtan de nuevo.
—Lo imaginé.
—¿El libro es para regalo?
El color de mis mejillas se disipó y una sensación de alivio invadió mi cuerpo.
—Es para mi suegro.