Gabriel acaba de ganar una elección en su primera participación electoral a sus 35 años.
Gabriel Boric no es Andrés Manuel López Obrador.
Boric tampoco es Maduro y ni de lejos nos recuerda a Hugo Chávez.
Mucho menos Boric se asemeja a Daniel Ortega.
Boric habla de acabar con el patriarcado, de contar con un gabinete paritario.
“Seré el presidente de todas las chilenas y chilenos”, señala Boric, quien también es fan de Taylor Swift y cita a la menor provocación al poeta Nicanor Parra.
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Mientras el domingo Boric, oriundo de Magallanes, festejó su triunfo electoral con miles de ciudadanos en las calles de Santiago prometiendo acabar con los privilegios, este lunes los mercados financieros lo recibieron con una caída de la bolsa de valores porque entre sus promesas de campaña está reformar el sistema de pensiones de Chile, privatizado.
En la segunda vuelta, Boric alcanzó más del 55 por ciento de la votación.
Las mujeres menores de 50 años fueron quienes más votaron a Boric.
Su jefa de campaña, Iskia Siches, también fue líder estudiantil y es una activista chilena muy popular.
Su partido Convergencia Social se define como socialista y feminista.
Alondra Arellano, a sus 22 años, dirige el partido Convergencia Social y continúa estudiando ciencias políticas.
Es como si la generación de Tom Holland hubiera llegado al poder en Chile.
Es como si el multiverso de Marvel hubiera sido cómplice de Boric.
El paisaje de quienes pidieron el voto a favor de Boric abarcó lo mismo a Michelle Bachelet que a los actores Vigo Mortensen y Gael García.
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Lo que se vive en Chile es un relevo generacional. Un cambio en la materia prima de la clase política del cono sur que hasta hace unos años estaba sometida a la dictadura pinochetista y algunas de las fuerzas políticas chilenas miran con nostalgia la combinación de neoliberalismo con la dictadura de Augusto Pinochet.
Quizás, poco a poco, nos acostumbremos a estos virajes. A estos relevos generacionales donde las viejas ideas quizás ya no tengan cabida.
Si algo representa en el imaginario esta victoria es la pérdida de confianza en el neoliberalismo por parte de los electores.
Boric enfrentó una campaña negra durante el proceso electoral, y todavía este domingo, el parque vehicular de Santiago suspendió sus corridas dejando a los votantes sin medios de transporte, por lo que los seguidores de Boric se organizaron para llevar a los votantes a los centros de votación.
Poco a poco en el continente se desdibujan los gobiernos neoliberales que siguieron al pie de la letra las recetas del Consenso de Washington.
Pero el futuro no es un cheque en blanco. Sino más bien una moneda al aire o un devenir pendular.
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¿Qué puede haber más alejado de los militares que un exlíder estudiantil con ideas claras y precisas de lo que quiere hacer al gobernar su país?
¿Qué puede haber más alejado de los políticos de izquierda fascinados por los uniformes verde olivo y por las boinas que un grupo de mujeres y hombres que no rozan los cuarenta años y que más bien pasarían desaparecidos en cualquier café, en una librería o en una cineteca?
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Los gobiernos se miden por sus resultados sean de izquierda, de derecha o de centro.
Los electores son cambiantes. Y lo que en un momento les puede apasionar esta misma fuerza de apasionamiento es también la fuerza de la decepción.
La izquierda es muy dada a los discursos.
Confía ciegamente en el poder de la palabra.
Queda hechizada con las palabras mágicas y a los gobernantes de izquierda les gusta hablar mucho.
A veces se sienten profetas de alguna saga diletante.
Mientras que los políticos de la derecha son más pragmáticos.
Simplemente privatizan lo que la izquierda no quiere desprivatizar porque se pierde en sus discursos.
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Poco a poco el continente se va pintando de gobiernos de izquierda.
Pero no todas las izquierdas son iguales.
Algunas, vamos, ni se parecen entre sí.
Ni por sus orígenes, ni por sus proyectos ni por sus destinos.
Las revueltas estudiantiles en Chile abrieron las puertas para un relevo generacional.
América Latina se está tiñendo de gobiernos antineoliberales. Habrá que aguardar resultados. La esperanza es una fuerza que mueve la historia y a las masas. Los gobiernos se quedan cortos. Y siempre hay que demandar que se cumplan expectativas, lo cual les corresponde a los ciudadanos.
Hoy Chile vive su primavera. Pero después de los discursos y las movilizaciones vendrá la política. Vendrán los días con nubarrones y la monotonía de lo cotidiano, y en esa grisura se podrán percibir los cambios o se podrá percibir que todo sigue igual.
Lo cierto es que la vía de las movilizaciones en Chile lo muestra como un país que dejó el ensimismamiento.
Los resultados de las elecciones en Chile demuestran que los electores ya no confían en los políticos que prometen recetas neoliberales y que la preocupación por la desigualdad y los derechos sociales ha permeado a la población.
Poco a poco los ciudadanos han dejado de ser indiferentes frente a la desigualdad, y el regreso, en modelos más o menos diversos de Estados del bienestar, es el gran reto para los gobiernos de izquierda o que se etiquetan como de izquierda.