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martes, diciembre 3, 2024

Los gerofantes del culto izquierdista

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La izquierda es un ser mutante.

Es un “animal de galaxia” que quiere preservarse en la zoología fantástica de las ideologías.

Pero más bien “la izquierda”, o eso que suele denominarse, la izquierda se clasifica felizmente bajo la historia de las religiones.

Las tribus de la izquierda, que ahora merodean por los pasillos del Palacio y se disfrazan de tetratransformadores podrían entrar en la siguiente clasificación no exhaustiva.

La taxonomía feliz que les presentamos no admite a los idealistas, y seguramente, más de uno se sentirá decepcionado por que sí es de izquierda y no puede ingresar en ninguna de las siguientes categorías.

“Cabecitas blancas del mundo uníos”, grita el indulgente con el porte juarista que escasea en el país tetratransformado.

 

Izquierdista clásico

Reconoce que el nacionalismo revolucionario no desaparece, sino que sólo se transforma. Identifica claramente, por su formación social y política, que por mucho que el nacionalismo revolucionario se vista de seda nomás se queda como nacionalismo chairo.

Aborrece al PRI y al PAN, aunque nomás observa a los gobiernos de la 4T y encuentra a priistas y a panistas por doquier.

Identifica que, si los medios de producción no pasan a la clase obrera, pues nomás no hay transformación de nada.

Lee La Jornada ya nada más por inercia, aunque ya no encuentra ni los comunicados del sub-comandante Marcos (hoy Galeano) en primera plana, ni la defensa de los territorios mayas y de la autonomía en los territorios indígenas, que proclamaba el periódico.

Prefiere a Gramsci y a Althusser que a los ideólogos locales de la 4T.

Y ratifica la tesis de que si la super-estructura no se modifica, pues todo sigue igual. Que el Estado sigue siendo weberiano porque falta leninismo y sobra nacionalismo chairo.

 

Neo-claudista

Cada vez que pisa la ciudad de México se siente en Disneylandia. Suspira hondo, se llena los pulmones con su dosis de smog y desperdiga una letanía:

“México, merece una mujer presidenta”, jura y perjura este espécimen morenista.

“Claudia es nuestra Frida Kahlo y nuestra Ángela Merkel”.

“Ya es hora, de que nos gobierne una señora”.

“Ya viste, ¿cómo está quedando la ciudad de México? Ya ha mejorado muchísimo, ¿o no?”

“Nosotros somos obradoristas, pero si el presidente quiere que apoyemos a Claudia, lo vamos a hacer. El presidente conoce cuál es la voluntad del pueblo”, dicen otros.

“No pues, no es cierto, Claudia es nuestra Angelina Jolie con la sensibilidad de Evita”.

“Ella es la más pura y de cepa morenista. Ella es fundadora del movimiento. Es nuestra compañera de lucha”.

 

Monrealista histórico

Se la pasa visitando el Senado de la República. Cree que el estado mejor gobernado del país es Zacatecas. Se emociona cuando lee las encuestas de Reforma y ve a su senador punteando los dos dígitos: “Ahí, vamos, ahí, vamos; ya mero la alcanza, el amigo”.

Se enrabia cada vez que el presidente no menciona a su senador en las mañaneras cuando los reporteros de las primeras filas al estilo Lord Mólecula le preguntan sobre la sucesión presidencial.

Le da like a las fotos donde el senador aparece en una fondita tomándose su atolito de fresa a la orilla de una carretera federal en alguna de sus giras.

La palabra socialdemocracia no le da miedo.

Jura y perjura que se requiere la unidad del país. Que priistas y panistas se unirían al senador si éste no fuera nominado a la candidatura presidencial del 2024 por el partido guinda.

Antes de dormir, saca del ropero, la muñequita de trapo de la jefa de gobierno  para hacerle vudú y ver si así baja, aunque sea unos puntitos en las encuestas.

En las pláticas de sobremesa, pide que se transparente el método de selección de candidatos de Morena. “Ya estamos hartos del dedazo”, gimotea democráticamente.

 

Marcelista obradorista

Considera que el milagrito se puede dar y que ahora sí, un Secretario de Relaciones Exteriores puede ser presidente porque consiguió las vacunas, porque se toma fotos con Joe Biden, porque acude a todas las cumbres mundiales, porque es cuatito de Kamala Harris, porque recibió a Evo Morales cuando era perseguido político, porque ahora sí, ya le toca ser presidente, porque en el 2012 aceptó los resultados de las encuestas, porque su carrera política no depende de Andrés Manuel, etc.

 

Obradorista monotemático

“El presidente nunca se equivoca porque siempre escucha al pueblo”, se auto-repite esta creencia antes de mirar la mañanera.

“Se hacen ilusiones que nos vamos a ir, pero es hasta septiembre del 24, pero no se hagan muchas ilusiones porque en una de esas triunfa un presidente, una presidenta que siga con la misma política”.

Ya lo dijo el presidente.

“Si el presidente dice que ser de izquierda es ser fifí, pues entonces, ser de izquierda es ser fifí”.

Es tan obradorista que cuando Andrés Manuel deje de ser presidente va a cantar en los mítines de Morena las mismas consignas del 2006.

Atesora los ejemplares de Regeneración como si fueran los números del Hipócrita Lector.

Sigue a pie juntillas las mañaneras para descubrir quienes son los nuevos “enemigos del pueblo”.

Perfeccionó su gimnasia mental y si mañana Carlos Salinas de Gortari se vuelve morenista está dispuesto a recibirlo en su nicho morenista.

Eso sí, guarda los souvenirs de su tour solidario en el plantón de paseo de la Reforma del 2006 y su credencial del gobierno legítimo y aunque la dirigencia de su partido no lo tome en cuenta irá con devoción morenista a las asambleas informativas de Andrés Manuel en el zócalo y lo mirará de lejos, con una emoción patriota.

“Hombres machos que acusáis, a la mujer sin razón”, o algo así, debería parafrasearse con el espíritu del machín izquierdoso, odiador lo mismo del feminismo que de la lucha de clases.

 

Obradorista por default

Aunque votó por Andrés Manuel López Obrador y tachó todas las boletas de Morena en el 2018, ahora se lamenta de que confundió a Obrador con Evo, con Lula o con Pepe Mújica.

Participó en todas las marchas de Andrés Manuel. Lo acompañó en el Éxodo por la democracia; hasta cuidó casillas en 1988 con la primera candidatura democrática de las fuerzas de izquierda en contra del PRI.

Marchó para pedir la salida del ejército mexicano de la Selva Lacandona.

Marchó en contra de la reforma energética.

Condenó el Pacto por México.

Marchó en contra del crimen de Estado en Ayotzinapa, de la represión en Atenco y de la represión en contra de la appo en Oaxaca. Marchó en contra de la pederastia por las calles de Reforma y pidió que la scjn castigara a Mario Marín Torres.

Y cuando llegó Morena al poder, nada más miró como los del viejo sistema gobernaban.

Zapatista anti-morenista: Vivió con emoción el primero de enero de 1994. Todavía guarda su ejemplar de La Jornada del 2 de enero y enmarcó en grande la foto de la entrada de los zapatistas a San Cristóbal de las Casas.

Migró del zapatismo al anti-globalismo. Acompañó la caravana zapatista que llegó al Congreso de la Unión y es fan de la ya extinta comandante Ramona.

Odia el Tratado de Libre Comercio, pero compra su Coca-Cola y sus Marlboro en el Oxxo de la esquina (Femsa). Intenta ser vegano, pero su debilidad por los taquitos de carne asada se lo impiden.

Defiende la tesis ideológica de que la lucha anticapitalista debe ser global y que el capital todo lo controla.

Sabe que el obradorismo es brutalmente popular, y que nunca coincidió con la lucha zapatista.

 

Morenista iturbidista

Es anti-abortista. Defensor de la familia tradicional y está en contra del matrimonio universal. Cuando escucha que los partidos de izquierda en todo el mundo están a favor de la despenalización del aborto o de la eutanasia, se eriza: “Bueno, bueno, pero eso hay que consultarlo, ¿o no? Puebla es diferente, tiene su propia idiosincrasia”.

Le emociona el nombre de Manuel Ávila Camacho, pero más el de Agustín de Iturbide. Considera que el Yunque es un ala tradicionalista de la Cuarta Transformación, y que había que apoyar al Pacto por México porque eran “otros tiempos”.

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