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jueves, noviembre 21, 2024

Feria de destapes

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Todo mundo se destapa.

Destaparse es el verbo preferido de la clase política.

Las corcholatas, simbolismo, de un futurismo desesperado se transforman en las piezas del ajedrez del poder.

Las corcholatas del pasado se peleaban, en el pasado de los gobernantes poderosos, en ser los preferidos del presidente o el gobernador en turno.

Pero las viejas normas de la clase política se han adoptado a una nueva realidad.

Las versiones del presente reciclan prácticas de la vieja política priista.

Aunque con algunas variantes.

“Gobernador no pone gobernador” es la cita clásica de las columnas del pasado inmediato.

Esta cita hoy se repite sotto voce, en cafés, sobremesas políticas y conversaciones de quienes conocen bien el funcionamiento local.

Declarar con orgullo que los gobernantes heredan, así con una hache fuerte y genética, el poder es ubicarse bajo el manto de los sueños imperiales.

Los gobernantes no deben heredarle el poder a nadie.

Ni que el poder fuera una “corcholata” a manos de otras corcholatas.

Quienes hoy se destapan lo hacen bajo la sombra del partido gobernante Morena.

Ya sea para buscar su cobijo.

Ya sea para intentar desafiarlo.

Pero el “destape” ha dejado de tener sentido como una práctica de la vida política.

En realidad, los “suspirantes” intentan crear la percepción de que a) o existe alguien, un alguien topoderoso y patriarcal que los van a destapar; b) o cuentan con la percepción y la trayectoria para ganar una elección.

Las últimas elecciones en Puebla han demostrado la exigencia de contar con candidatos competitivos.

El viejo sueño de que el Partido te hará ganar es una rémora fantasiosa del chip priista setentero.

En esos años, ni siquiera existía competencia democrática. Lo que existían eran políticos próximos al gobernante en turno, militantes del partido de Estado, que buscaban ser los preferidos del presidente o gobernante en turno.

Hoy, presumir esos afectos, o hacer política bajo esos afectos es regresar a un pasado rebasado por los momentos actuales.

Si alguien quiere ser candidato a un puesto de elección popular simplemente debe demostrar que es competitivo.

O que posee una fuerza que lo conduzca a representar a Y o Z partido en una elección.

No se puede alardear de lo que no se tiene.

El ejemplo más claro es el propio triunfo de Andrés Manuel López Obrador en el 2018.

Andrés Manuel ni contaba con el beneplácito de las élites.

Tampoco era el preferido de los medios de comunicación ni de los periodistas.

Mucho menos contaba con la preferencia de la clase política ni de los gobernadores.

Era como quien señala un “outsider” de la vida política mexicana.

Hoy las cosas han cambiado.

Luego del 2018, hay una nueva lectura del país.

Se da una disputa entre las elites y las tendencias populares que representa o llegó a representar López Obrador.

Imaginar, desear o fantasear que un presidente, un líder de un partido, un gobernador o un alto funcionario público pone, quita, palomea, etc., candidaturas es un deseo muy priista. (Del PRI rancio que rellenaba urnas y ganaba las elecciones con el carro completo).

Hay que alejarse de esos sueños guajiros del pasado. Quitarle las decisiones políticas a las élites “puras” o impuras de los partidos políticos, y soñar, aunque sea un poco, que el 2024 será, otras vez, un reto para la sociedad y para su capacidad de imaginar y proponerse otros caminos.

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