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jueves, noviembre 21, 2024

El canibalismo de la 4T

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Nancy Fraser acaba de publicar un libro titulado Capitalismo caníbal.

El libro, según reviso a vuelo de ojo, es una crítica a los efectos del desarrollo capitalista, que no es otra cosa que la lucha por la acumulación de capital a costa de los más vulnerables.

El título, que recuerda la metáfora utilizada por los intelectuales latinoamericanos contra el colonialismo, es apropiado. Más que una máquina de desarrollo, el capitalismo todo lo devora. Desde lo humano a lo divino.

En los setenta, Roberto Fernández Retamar, ocupó la metáfora del Calibán para defender la autonomía estética y crítica de América Latina y el Caribe, sin que estos fueran reducidos a maquiladoras bananeras o al exotismo de una modernidad barroca y macondiana.

Las frases de la violencia súbita se someten a la lógica política.

Alguna mente universal podría adivinar en los vericuetos de la política aldeana algún laberinto.

La hoz y el martillo con el que espantaron a la gente en las décadas pasadas jamás llegó. En su sitio, apareció el acarreo.

Las tortas y los frutsis no se demoraron en aparecer.

La política que se define en las mesas de los comedores imperiales deja de ser del pueblo.

Ese significante hueco y vacío, al que los revolucionarios de hoy, ayer y siempre acuden.

El “pueblo bueno” intenta otra manera de escapar de los dilemas de la política de espejismos porque el pueblo bueno es el hijo maldito del proletariado, de lo lumpen, de lo chairo, de lo ambulante y sudoroso, que las élites detestan, y que ahora vuelven a rechazar imponiendo sus gustos burocrático-partidistas.

***

Los gobernantes quieren que la política se decida sin las irrupciones populares. El hartazgo contra el neoliberalismo en México y contra la clase política permitió la llegada de la Cuarta Transformación. Pero la Cuarta Transformación en su relevo generacional ha clonado las fórmulas practicadas por la vieja clase política.

Lejos de innovar o de profundizar en los mecanismos democráticos, la Cuarta Transformación intenta replicar los hechizos oficialistas del pasado.

Se le llama cargada.

Se le denomina cargada.

Se le ve como cargada.

En el infinitivo sioux, la clase política de Morena, los neomorenistas quieren que les tiren línea.

Porque sólo así los neo conservarán sus privilegios de clase.

Denominar a los aspirantes a la presidencia o algún puesto de elección “corcholatas” es una manera de minarlos.

De volverlos menos.

De configurarlos como las fichas de un acuerdo político de las élites.

Desde el 2006, la izquierda obradorista intentó irrumpir en el tablero político del país.

Su mérito, a principios de siglo, fue patear el tablero de una clase política conservadora.

La fórmula popular del 2006 se enfrentó a la línea dura de los gobernadores que le apostaron todo al candidato del PAN, Felipe Calderón Hinojosa.

En Puebla, el priismo del gobernador se alineó con el candidato Felipe Calderón.

El gobernador Mario Marín operó a favor del candidato panista ante la creciente ola obradorista. Los capítulos que se vivieron en esos años son de sobra conocidos.

Los gobers como operadores políticos son la pesadilla de la democracia popular y de las aspiraciones para una verdadera república chaira.

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Hoy la competencia en la Cuarta Transformación para obtener la candidatura presidencial o cualquier otra candidatura es un proceso frontal y de competencia entre pares.

Las élites obradoristas se disputan palmo a palmo las posiciones. La añoranza para que los gobernantes, en su club del poder, determinen el futuro del país es una vía fast track para repetir el dinosaurio priista vestido de guinda. La tentación ofrece reemplazar la fórmula exitosa del obradorismo, el arraigo popular, los recorridos por las plazas del país, la disputa chaira por el poder, en un remedo, en el que la vieja clase política se regenera.

Algo así como el Terminator que no acaba de ser derrotado.

Los fantasmas obrarodoristas para transitar a la sucesión del 2024 deben transitar por el pueblo.  (Obviamente, es un significante vacío. Obviamente, es un ente incorpóreo). Pero si algo aprendió la izquierda en el 2018 es que ganar las elecciones sólo se puede hacer desde abajo.

Si hoy Morena le apuesta a la burocracia y al músculo del acarreo, de las fotitas cupulares, de los pactos entre las élites gobernantes, el proyecto de izquierda y popular que aglutinó el obradorista está firmando su renuncia a lo único que lo sostuvo en contra del neoliberalismo.

Ese lodo de lo popular y de lo chairo, esa proximidad antisistémica, y esa vehemencia antineoliberal, son todavía un ropaje de esa entelequia llamada pueblo. Cuando los políticos quieren disfrazarse de “morenistas” no entendieron nada. Ni el 2006 ni el 2018.

Y como cierra Schwarzeneger: “¡Hasta la vista, baby!”.

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