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martes, diciembre 3, 2024

El Borges que renunció a las redes sociales

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Leo que Borges, pocos años de morir, se mudó a Ginebra Suiza. 

Desde ahí, los medios de comunicación lo asediaban.  

El 6 de mayo de 1986, Borges escribe una carta para los periodistas de la Agencia EFE. 

“Les envío estas líneas para que las publiquen donde quieran. Lo hago para terminar de una vez por todas con el asedio de los periodistas y con las llamadas y las preguntas de las que estoy cansado”.  

En otra línea de la misiva a los periodistas de la Agencia EFE, Borges escribe en un español epistolar:  

“Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años felices de mi vida.” 

La determinación de Borges, autor de El Aleph, y quizás, el más grande escritor del siglo pasado y del presente, para mantenerse en la invisibilidad y fuera de la arena mediática, contrasta con la avidez de muchos mortales por hacerse presente en las redes sociales.  

Mientras que Borges añoraba la dulzura del anonimato, los mortales de la sociedad actual viven (vivimos, viviremos) en la ilusión de ser reconocidos a través del doble click, de la selfie o de la mención en la red social. 

Nuestro ánimo de trascendencia se reduce a los tuits y likes que ganaremos en un día cualquiera.  

El incentivo de la economía de la atención nos ha transformado en prisioneros de la Matrix de lo eventual.  

Vivimos en la fantasía, comúnmente aceptada, o por lo menos, aceptada en el espacio de nuestro círculo rojo, que ser percibido es existir. 

Y para ciertos asesores de marketing político es mejor que se hable de un aspirante político a que se le ignore absolutamente, aunque lo que se diga de él o ella, sean totalmente adversos.  

“Ser es ser percibido”.  

La creencia de este tipo de ser es la del mundo del obispo George Berkeley, quien nada tenía que ver con los medios de comunicación ni con el marketing político. 

Cualquier campaña de comunicación que se fundamente en esta creencia olvida algo esencial.    

Las personas, aún atrapadas en la Matrix, no pueden ser engañadas. Y la opinión pública, responde a resortes muy complejos.  

Los asesores de Marketing Político han hecho creer a los políticos que si ganan en las redes sociales han ganado en tierra.  

Como si lo social se limitara a la tuitosfera.  

“Las benditas redes sociales” ni son un mundo alterno ni son la panacea de la comunicación.  

Insisto en que la dinámica de lo social transita por otros espacios y sus resortes rebasan la dinámica de los bots y de la matraquería en línea.  

El ciberacarreo es una fantasía que es costosa. Es una cortina de humo que hace creer a los políticos que si revisan las redes en su celular están teniendo un contacto directo e inmediato con la realidad o con lo social.  

Esta es la fantasía de los milenials y de algunos ciudadanos analógicos que se han dejado deslumbrar por las ilusiones de la tecnología y de los fetiches digitales.  

Encuentro también que, en Montana, un lugar ignoto de los Estados Unidos se ha prohibido la red de tiktok.   

Regreso a Borges, quien jamás se preocupó por el mundo digital.  

Regreso al escritor que en la Biblioteca de Babel nos advirtió de la metáfora fatal que viviríamos en los primeros años de este aciago siglo.  

Yo me quedo con ese Borges, “hombre libre”, quien retornó a la Ginebra, donde cursó sus primeros años escolares. 

Algo sabrá Ginebra de donde surgió Juan Calvino.  

En fin, para aprender a leer hay que regresar, como Borges, a Ginebra, o irse a Montana a leer El Aleph. 

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