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martes, mayo 13, 2025

¡Vivan las arcas públicas, cabrones!

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Las redes financieras son las que más dañan el seno más sensible de la función pública.

El gobernador Alejandro Armenta reveló hace poco que no acepta negocios de ninguna especie.

Esto ocurrió luego de narrar que un personaje se le acercó para proponerle algo que no vio con buenos ojos.

De dos patadas lo sacó de su despacho.

El problema es que algunos de los de abajo, y de los de más abajo, no sólo se sientan con esos personajes, sino hasta los procuran.

Practican lo que el gobernador ha definido como la Ley de la Milpa (mil pa’ ti, mil pa’ mí).

De la noche a la mañana, esa red financiera empieza a rendir frutos.

Y lo primero que cambia en el funcionario o en el alcalde es el modito de andar.

Luego viene lo demás: cambio de camioneta, cambio de outfitt, cambio de reloj y cambio de señora.

En ese orden.

Ser presidente municipal es un magnífico negocio.

No es extraño que, a la distancia, los políticos ponderen ese cargo por encima de los otros que tuvieron.

—¿Cuál fue el cargo que más le gustó ejercer? —le pregunté una vez a un personaje que había sido senador, diputado federal, diputado local y alcalde.

—¡La Presidencia Municipal! —respondió eufórico.

Y cómo no.

De ahí se refaccionaron muchos para lo que viene.

Aprendieron la lección de Hank González: “Político pobre, pobre político”.

En Pahuatlán hubo un presidente municipal que de puros recursos federales —similares al antiguo Ramo 33 (el ramo que combatía la pobreza)— se construyó un hotel en el centro de ese hermoso pueblo.

La gente ha bautizado esa obra como el “Hotel del Pueblo”.

Huauchinango es un buen ejemplo de esto.

Dos expresidentes municipales tienen sendos hoteles en el deshecho primer cuadro que apesta a hamburguesa.

(Otros dos más —hermanos ellos— también tienen sus hoteles y hasta sus plazas comerciales).

No es gratuito.

Los cuatro salieron con muy mala fama pública.

En campaña, uno de ellos solía decir: “Ya le toca al pueblo”.

Y sí: fue presidente.

Pero al pueblo no le tocó.

Luego se dedicó a poner horribles estatuas por todos lados.

Y no es que haya sido muy nacionalista que digamos.

Lo hizo por el maldito negocio.

(Así como Rogelio López Angulo, alcalde de Huauchinango, destruye banquetas para hacerlas de nuevo).

En las presidencias municipales está el antes y el después de varios reptantes que una y otra vez se han enriquecido de las arcas públicas.

No hay presidente municipal que no tenga una constructora cuando menos.

Ahí está otra parte del negocio.

El alcalde de Huauchinango hace obra en otros municipios y, en reciprocidad, los de otros municipios hacen obra en su pueblo.

Todos ganan.

Cosa curiosa: la mayoría ya milita en Morena.

Antes fueron del PRI o del PAN, o del PRD, o de Nueva Alianza…

La cachucha es lo de menos.

El negocio es primero.

Un expresidente municipal de Huauchinango tiene con sus hermanos una constructora denominada “2311”.

Uno de sus socios es el dueño del “Hotel del Pueblo”.

Y juntos hacen obra en Acaxochitlán —donde el Mayo Zambada tenía varias haciendas—, Tenango de Doria y San Bartolo, en el estado de Hidalgo.

—¿Ladronde? —pregunta el pueblo.

Ese pobre pueblo al que no se cansan de usar para sus fines.

“¡Ya le toca al pueblo!”.

Ja.

Hasta hoy no le ha tocado.

Y luego nos preguntamos de dónde salieron los tres hermanos González Vieyra y el alcalde de Cuatempan.

(Dos en prisión, prófugos los otros).

¡Vivan las arcas públicas, cabrones!

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