Una tela muy delgada divide el último día de un presidente y el primer día de una presidenta.
Más allá de las especulaciones sobre quién gobernará realmente, la trama de López Obrador y Sheinbaum es la historia de una fidelidad compartida.
Pocos son quienes no rompen a lo largo de los años.
(Y aquí caben los amantes, los cómplices o los supuestos amigos).
La ruptura es parte esencial de la política.
Manuel Bartlett, por ejemplo, rompió con Cuauhtémoc Cárdenas (con quien compartió estancia y estudios en París, y una amistad profunda en alguna época de sus vidas) una vez que éste salió del PRI para buscar la presidencia de México.
Desde Gobernación, Bartlett hostigó a Cárdenas (cuyas esposas eran también entrañables amigas) a través de dolosas publicaciones y campañas mediáticas.
Con el tiempo volvieron a acercarse (cuando Bartlett renunció al PRI), pero la herida inicial nunca cicatrizó.
El propio Cárdenas abrazó primero a López Obrador, pero se deslindó de éste cuando creció más allá de lo esperado.
Cosa curiosa: el caudillo no toleró que un alumno suyo —con perfil de caudillo— le disputara los espacios políticos.
El tiempo se encargó de abrir más las heridas, lo que privó a Cárdenas de sumarse a la Cuarta Transformación.
Porfirio Muñoz Ledo fue enviado al basurero de la 4T una vez que López Obrador consideró que se estaba excediendo políticamente.
Y lo que empezó muy bien, terminó muy mal.
La historia de AMLO y Sheinbaum lleva décadas, y se fortaleció en diversos momentos.
El resultado es brutal: ella es la que lo sucederá al declinar el alba.
Una primera crisis los unió profundamente: cuando fue exhibido el video en el que Carlos Ímaz —esposo de la virtual presidenta de México— recibe quinientos mil pesos, en fajos de billetes y en bolsas de supermercado, de las manos del empresario argentino Carlos Ahumada.
Tras decepcionarse de su entonces esposo, cuentan que Sheinbaum decidió retirarse de la política, pero fue el virtual expresidente quien la convenció de lo contrario, atrayéndola más a su círculo de jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Tras su divorcio, él siguió apoyándola y dándole pruebas infinitas de amistad y solidaridad.
Ella correspondió entregándose a su causa totalmente, y no dudó en abrir brecha en los poblados más marginados y lejanos.
Desde el primer día de su gobierno, López Obrador sabía que la doctora Sheinbaum sería su sucesora.
Y en eso se empeñó los meses y los días que siguieron.
Ambos se tienen una confianza inédita en un territorio pantanoso en el que las amistades son de mentira y las enemistades son de verdad.
Con ella en la Presidencia, la amistad y las inevitables complicidades se pondrán a prueba.
Pero ésa es otra historia.
Hoy por hoy somos testigos de un hecho histórico en la política mexicana que carece de subtítulos, intermedio y título final.
En el cumpleaños de don Miguel Barbosa. Este lunes 30 de septiembre, don Miguel Barbosa Huerta hubiera cumplido 65 años de edad.
Nuestra amistad transitó entre las aguas rápidas del desencuentro y las aguas termales de los felices encuentros.
Su generosidad hizo que me sentara —cuando yo era vomitado por algunos personajes de su primer círculo— en las distintas mesas.
Pienso en dos: en la que cenaba al final de la jornada en el restaurante del hotel Crowne Plaza, en la avenida hermanos Serdán, y en otras diversas mesas de los restaurantes.
En la primera se pusieron a prueba varias cosas.
Sobre todo: la tolerancia de algunos comensales.
A don Miguel le divertía sentarme a cenar con colaboradores suyos que me detestaban profundamente.
No obstante, las charlas eran largas y divertidas, y plagadas de pasajes históricos que se sabía de memoria y que narraba con gran picardía.
Su lamentable muerte dejó un vacío brutal a quienes lo seguimos queriendo y recordando.
Y ese vacío lo sigo llenando cuando en las mesas aparece su nombre y ratifico, con genuino fervor, nuestra generosa amistad tejida más allá de la muerte.
