Como en los mejores tiempos del PRI —los peores para los mexicanos—, Morena se ha convertido en un Frankenstein (un moderno Prometeo) o un Gólem: un ente poderosísimo capaz de hacer o deshacer lo que se le dé su regalada gana.
Puede, en su papel virtual de Congreso Constituyente, decretar un Estado de Sitio o adelantar la Navidad —en el mejor estilo de Nicolás Maduro, en Venezuela.
Puede reformar —a través de sus enormes brazos legislativos, muy parecidos a los tentáculos del pulpo “Manotas”— la cada vez más vetusta Constitución de 1917, y proclamar, faltaba menos, la prohibición —muy necesaria— de las estudiantinas y las rondallas.
Y más: prohibir que los mariachis toquen más de tres piezas en las reuniones familiares o ágapes amistosos o amatorios.
(Esto lo celebraríamos como la Noche del Grito).
Tanto poder no se había visto desde la invención de la pólvora —en el año mil 200 después de Cristo.
(“Dicen que las mariposas fueron inventadas, como todas las cosas que hay en China, por el Emperador Amarillo, que vivió en la época legendaria del Fénix, y a quien también se debe la invención de la escritura, de las mujeres y del mundo”, narra Salvador Elizondo en un relato breve y perfecto).
Quizás por eso sería deseable que Morena se autocontuviera (que no es lo mismo que autolavarse la cara con las manos), y que en ese sentido generara controles internos para no incurrir en papelazos como el que vimos durante la madrugada de este miércoles, cuando fue ungida, de la manera más siniestra, doña Rosario Piedra en la CNDH.
Un poco de autocontención no le haría mal al pulpo “Manotas”.
Ese solo gesto —juarista, republicano, modoso— nos haría valorar aún más a quien, hoy por hoy, es un moderno, pero constitucional, Prometeo.
¡Dignidad, caray!
¡Filosofía!