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miércoles, septiembre 25, 2024

Una lección brutal de vida (no apta para estúpidos y egoístas)

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Ezequiel es un niño de casi cuatro años de edad.

Padece parálisis infantil y su vida ha estado bañada de complicaciones desde que nació.

A los dos meses, por ejemplo, perdió el sentido durante varios días y fue víctima de los más diversos ataques.

Ezequiel es hijo de doña Petra, de origen náhuatl, y vive en Jicolapa, junta auxiliar de Zacatlán en la que habitan 3 mil 151 personas.

Doña Petra es pobre entre los pobres y está casada con un hombre que se dedica a la albañilería.

Pocas veces se despega de Ezequiel, a quien hasta hace poco traía en un huacal —así le llama ella—: una especie de cuna rupestre lo suficientemente incómoda para un niño de casi cuatro años.

La causa de la parálisis infantil es el desarrollo irregular del cerebro.

Los especialistas dicen que esto suele ocurrir antes del nacimiento.

Ezequiel, en consecuencia, tiene los músculos rígidos y los reflejos exagerados.

Carece, además, de equilibrio y coordinación muscular.

Tiembla constantemente.

No obstante, doña Petra lo ama como a nadie y le dedica todo su tiempo para llevarlo al DIF en aras de que sea rehabilitado.

Ezequiel babea casi permanentemente y tiene dificultades para masticar.

Su padre suele desesperarse.

No concibe cómo es que Dios le envió tal “castigo”.

(Así lo repite una y otra vez).

Doña Petra, en cambio, no se queja ni maldice, y prefiere entregarle su amor incondicional de madre.

Cuando va a la milpa, Ezequiel va a sus espaldas.

Y a la hora de dormir, no tiene dudas: lo hace cobijado por su mamá.

Juan Pablo Gutierrez, exitoso empresario poblano, fue quien me llevó con ambos durante una jornada encabezada por Gaby Bonilla, presidenta honoraria del DIF poblano, en Zacatlán.

De entrada, Juan Pablo me mostró una silla de ruedas que Gaby le entregó a doña Petra para que el tránsito de Ezequiel sea menos tortuoso.

Durante media hora conversamos con doña Petra, al tiempo que buscaba alimentar a su pequeño hijo.

La historia que nos contó fue desgarradora.

Juan Pablo y yo terminamos conmovidos.

Ezequiel nos tocó el corazón y lo estrujó.

Doña Petra también.

—Otro en tu lugar estaría jugando golf a estas horas —le comenté a Juan Pablo.

Él apenas sonrió, y me confió que desde que conoció el trabajo que hace Gaby al frente del DIF quiso involucrarse abiertamente.

Y vaya que lo ha hecho.

Al momento de escribir estas líneas, tengo presente dos miradas: la de Ezequiel y la de doña Petra.

Gaby Bonilla, esposa del gobernador Sergio Salomón, puede estar satisfecha con la cruzada que emprendió desde el primer día de esta administración.

Su generoso trabajo acaba de tocar dos corazones más: el de Ezequiel y el de su amorosa madre.

Pienso en mis problemas y me siento avergonzado.

Y es que éstos no compiten con los que carga día con día la valiente doña Petra.

Pero ella no se queja y va por esta vida entregada solamente a su pequeño hijo, quien tiene nombre de profeta y le da una fortaleza vital y amorosa.

Con eso le basta a ella, ufff, para llorar y celebrar —diría Sabines— la humilde, pero siempre (maravillosa) hermosa vida.

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