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jueves, noviembre 21, 2024

Un señor de sombrero en la oscuridad

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Rosalía Consuelos y yo llegamos a Pahuatlán una noche de lluvia. Ella, hermosa e inteligente, tocó una puerta de madera y una mano la abrió para que entráramos. A unos pasos, metido en la zona oscura de un patio, estaba él: don Juan Manuel García Castillo.

¿Qué año era aquél? ¿1986? Don Juan Manuel era presidente municipal de Pahuatlán —antecedente directo de Comala— y en el momento que lo vi atendía a unos campesinos con esa mirada severa pero generosa.

Cuando Rosalía —brillante lingüista egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia— me presentó con él, sentí una mirada desconfiada. Y no es que don Juan Manuel —homónimo del infante don Juan Manuel, autor del Conde Lucanor— sea desconfiado. Digamos que es su forma de arrancar una conversación. El ceño fruncido es en él una gracia, no una desgracia.

Debo decir que nuestro amigo es de pocas palabras, pero firmes. Su voz al principio no es nada cordial. Digamos que la cordialidad es en su persona un oficio generado con el tiempo. Con la amistad y el tiempo.

Esa noche andaba por ahí Paula Vicente, oriunda de san Pablito, dueña de un corazón enorme. Don Juan y nosotros empezamos a hablar, y la charla pronto desembocó en sus gustos literarios. Era lector agudo de Hemingway y de García Márquez. Volvimos a vernos. Sus sonoras carcajadas empezaron a iluminar nuestros encuentros. Nos hicimos amigos.

¿Cuántas veces le he escuchado a don Juan Manuel las historias de su pueblo? ¿A cuántos personajes conozco gracias a sus relatos orales y escritos? No lo sé. Lo que sí tengo claro es que cuando lo veo, y empieza a hablar, el mundo se detiene. O corre más despacio. Su forma de narrar atrapa inevitablemente.

Al honrarme con su amistad, me hizo su cómplice. No nos vemos muy seguido, pero sí lo suficiente como para volverse entrañable. Alguna vez me invitó a presentar un libro suyo. Para llegar había que subir la calle más empinada del mundo. Yo iba con la poeta Ana María Vázquez. Casi morimos en el intento. La presentación, bañada con mezcal y con refino, confirmó lo que yo pensaba de don Juan: que el misterio de sus palabras convoca misterios mayores.

Los años pasaron. Don Juan y yo perseveramos en nuestra amistad gracias a otro personaje enigmático, generoso e inteligente: Miguel Eloín Santos. Hombres de pocas palabras, ambos se entienden tan sólo con mirarse. Debajo de sus sombreros habita el verdadero realismo mágico que han buscado tantos escritores. Con esas sombras me cobijo.

Este libro de relatos nos habla de gente viva y gente muerta. Gente que estuvo y desapareció. Gente que cruzó el mar de la memoria. Los distintos oficios también cruzan estas páginas. Con detalle de artesano, don Juan Manuel nos desvela el secreto de la pirotecnia, el misterio que cabe en una fábula protagonizada por un novillo denominado el ‘Chorejo’, el silencio de los arrieros articulando sendas en la sierra madre oriental o el rumor fugaz de un partido de basquetbol.

¿Y qué decir de los maravillosos nombres que pueblan estos relatos? Domiciano Barreda, don Refugio Aparicio, Alejandro Denza Brasil, Inés Almehua…

Deténgase el hipócrita lector, y respire profundo: está a punto de entrar a un mundo dominado por un artista de la palabra y de la imaginería: el mundo de don Juan Manuel García Castillo.

¡Cosas brutales leeremos!

¡Bebamos en el trayecto!

Nota Bene: este domingo a la una de la tarde presentaremos el gran libro de don Juan Manuel —Andares— en el Museo Regional de Cholula.

Habrá mezcal, tequila, quesadillas de hollejo, café de la huerta de don Juan Manuel, y las palabras de Miguel Eloín Santos Rivera, Beatriz Meyer, el propio don Juan y quien esto escribe.

 

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