Simón Levy siempre insiste en que no quiere quedar como un mentiroso.
Malas noticias: su fama pública es precisamente ésa: la de mentiroso.
La noche del lunes, me desvelé escuchando un podcast de Ruby Soriano en el que estaría presente el empresario metido a gatillero.
(Digo esto porque en Twitter —nunca X— se la pasa disparando en contra de la presidenta Claudia Sheinbaum, el expresidente Andrés Manuel López Obrador y Andy. Simplemente Andy).
Las expectativas de la entrevista eran altas, muy altas, pues desde el domingo incendió la cantina de esa red social advirtiendo que ya no instalaría una empresa orientada a la vivienda en la zona de Ciudad Modelo.
La razón que dio fue que ‘alguien’ lo había extorsionado al pedirle un millón de dólares para que el proceso al interior del gobierno de Alejandro Armenta se agilizara.
Dos días mantuvo esa versión.
Pero la noche del lunes, finalmente su narrativa colapsó.
Y de qué manera.
Confesó que un amigo suyo, de muchos años, llamado Luis, le había solicitado un millón de dólares para que su trámite avanzara.
—¿Este personaje trabaja en el gobierno de Alejandro Armenta? —preguntó, frotándose las manos, Ruby Soriano.
—No —dijo Levy, decepcionando a quienes deseaban que dijera sí—. Luis es cercano a Alfonso Durazo, gobernador de Sonora.
Ufff.
En caída libre, Levy exoneró al gobierno estatal de cualquier intento de extorsión.
Y se desvivió en elogios hacia Víctor Gabriel Chedraui, secretario de Desarrollo Económico.
El quid de la trama estaba muerto.
Ruby y sus colaboradores ya no dijeron nada.
Levy, en el mejor estilo de los televangelistas brasileños, acaparó la palabra durante casi todo el podcast.
Su voz reflejaba una personalidad ciertamente esquizofrénica.
No hablaba, gritaba.
Y se iba por peteneras.
Es la historia de su vida.
Su pleito con Ricardo Salinas Pliego terminó en un romance de vochito un viernes por la noche.
Su amistad con López Obrador terminó viviendo en el horno del odio y el rencor.
La hermandad con Miguel Torruco, mediocre secretario de Turismo, sufrió la misma metamorfosis.
La trama con la que soñaban los odiadores del gobernador Armenta se vino abajo.
Levy, convertido en La Garra —de la película Toy Story— decepcionó a los periodistas, operadores y exjefes de Prensa que hacen el papel de sus sacristanes, monaguillos y organilleros.
Su amo los dejó en ridículo.
Ah, por cierto, lo mejor de la noche fue cuando reveló que Rodrigo Gutiérrez Müeller —hermano de Beatriz, cuñado de AMLO— le habló muy enojado, muy molesto, por la infidencia que cometió Levy al hacer público un chat de WhatsApp en el que aparecía defendiéndolo ante Victor Gabriel.
Y cómo no se iba a enojar, si lo evidenció como un coyote —intermediario— que triangula operaciones —gracias a la influencia de su cuñado— para generar negocios millonarios.
En su inocencia, Levy también confió a sus mudos entrevistadores que Beatriz Gutiérrez Müeller seguramente estaba furiosa con él.
(Risas grabadas).
Y la cereza de la infidencia fue cuando describió a Santiago, sobrino de Betty y de Rodrigo, como un alcohólico y un estafador.
(Narró que en China orilló a un socio suyo a que le obsequiara un carísimo reloj).
Levy ha fracasado como empresario, como Mony Vidente, como amigo, como socio, como fuente confiable, ufff.
Tiene futuro en dos cosas: como televangelista y como comediante.
Y como un mentiroso irremediable.
(Si de algo sirve).