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miércoles, diciembre 11, 2024

Roces en la Toma de Posesión (y un audio del gobernador electo)

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El senador Moreno Valle se despertó muy temprano en su casa de Las Fuentes el viernes 14 de diciembre de 2018.

Hizo caminadora, nadó un poco, tomó un jugo verde y un par de llamadas, y se alistó para ir al primer encuentro público de la gobernadora Martha Érika Alonso.

—¿Ya hiciste el discurso? —le preguntó.

—Ya —respondió lacónica.

—¿Lo puedo leer?

—No, Rafael. No lo puedes leer.

Un poco contrariado, le preguntó por su gabinete, pero ella eludió el tema. Como lo había venido diciendo, su esposo no sería el gobernador. Y una primera forma de evitarle tentaciones era negándole datos. Toda clase de datos. Hasta los más elementales.

Ya en el Auditorio de la Reforma, el senador llegó a la zona VIP para checar detalles. Ahí recibió a Manuel Velasco, gobernador y senador de Chiapas. No dejó de platicar con él entre risotadas que evidenciaban una alegría inaudita.

—¿Cómo me ves, hermanito: senador y cuasi gobernador de Puebla? ¿Quién como nosotros? (Risas).

—¿Sabes qué, brooo? ¡Nos la pelan! (Risas).

Antonio Gali Fayad, que horas atrás había dejado de ser gobernador, no tenía invitación para el área VIP, por lo que llegó directamente a su butaca. Saludó a todos ya sin el aura del poder: empresarios, periodistas, edecanes. Desde su lugar, con ojo dolido y sonrisa irónica, veía los movimientos de Moreno Valle. Miraba y escribía WhatsApps. Miraba, sonreía y escribía. Miraba hasta el último detalle. “Este cabrón”, musitó cuando su antiguo aliado pasó a su lado sin saludarlo.

—¡Hermanito! —le dijo Gali a Manuel Velasco.

—¡Quiúbole, Tony! —fue la respuesta semiseca.

Todos los abrazos se los llevó Moreno Valle hasta que entró la gobernadora. En ese momento no hubo ojos para nadie más. Se veía tranquila, nada eufórica, un poco desmañanada. Y es que después del primer minuto de ese día había rendido protesta en el sótano del Tribunal Superior de Justicia.

Gali entrecerró los ojos para verla. Las cosas no iban nada bien para ellos. La frialdad era la nueva convidada en su mesa. Moreno Valle y él tuvieron discusiones agrias por teléfono los últimos días, cuando todavía como gobernador se negó a aumentar la tarifa del transporte público. El senador le gritó de todo. Gali le colgó el teléfono una y otra vez. Atrás, en el recuerdo lejano, dormitaba la gran amistad que los unió y que lo llevó a Casa Puebla por un periodo breve.

No hubo palabras para él en el discurso de la gobernadora. No hubo saludos especiales. Los nuevos tiempos habían llegado y amenazaban temperaturas heladas. Al final del acto, Gali se puso de pie para ver el desfile de la caravana. Moreno Valle y Velasco pasaron a su lado, ignorándolo. Una carcajada del senador poblano estalló casi en el rostro de su examigo. “Este cabrón”, volvió a musitar Gali. “Este pendejo…”, escribió en un chat de WhatsApp.

*

(Viernes 17 de diciembre de 2010).

Con el final del año llegó la nostalgia.

La última comida en Casa Puebla, antes de que se realizara la mudanza del nuevo gobernador, convocó a empresarios, políticos y periodistas. Como las anteriores, ésta también se realizó en el anexo.

Un solo tema había en el ambiente: la llegada al poder local de Moreno Valle. Ninguno de los presentes estaba a gusto con esa transición. Todos, sin excepción, lamentaban los hechos ocurridos en los más recientes comicios.

—Todavía no entiendo cómo fuimos a perder. Teníamos todo para ganar —dijo un empresario conocido por su lambisconería—: dinero del erario, fuerza pública, prensa, dinero privado, sistema de espionaje…

—¡Y hasta infiltrados en el equipo de Moreno Valle! —acotó un periodista con fama de hacer muy malas banquetas.

—Explícame, tú, maestro, ¿qué chingaos pasó?

—Sencillo, patrón. Se movieron las fuerzas del mercado.

—¡Ah, chingá!

—¿Quién logró convocar a un presidente de la república y a la mayor operadora política del país?

—¡Pues el Rafita!

—¿Quién mandó amenazas desde lo alto para que el PRI no se moviera y diera las nalgas, pero además le había sacado la tarjeta roja al góber (Marín) durante la campaña presidencial?

—Pues Felipe Calderón.

—¿Quién habló con el compañero (Marín) para amarrarle las manos el día de la elección?

—Pues Elba Esther Gordillo.

—Ahí tienes, mi rey. No se necesita ser politólogo para entenderle a la aldea —escupió el periodista entre risas.

—¡Las mismas vacas, los mismos bueyes! —respondió el empresario.

—Por cierto, me acaban de pasar una grabación telefónica en la que Rafiruchis habla con alguien que no sé quién chingaos sea. Ahí dice entre líneas cómo estuvo el pedo el día de la elección.

—¿A ver, mi López Dóriga?

(El periodista saca su iPhone y pone una grabación en la que se escucha la voz del gobernador electo hablando con otra persona).

“¡Me los cogí, cabrón! Les di clases de alquimia. (Risas). Puse al preciso a operar y a la maestra a mandar amenazas sicilianas, uey. Calderón me hablaba cada hora el día de la elección para saber cómo iba todo. Gracias a él vino la Policía Federal a cuidar y a secuestrar a los mapaches de enfrente. ¡Imagínate: Genaro García Luna me pasaba el parte de guerra cada quince minutos! ¡Tenía vigilados a todos! ¡No mames, uey, y su gente levantó a una docena de mapaches! ¡Al resto los secuestró en su casa, cabrón! No los dejamos moverse”.

(El periodista apaga el audio).

—¡Vientos, mi Aristegui! ¿Lo vas a publicar? —preguntó el empresario.

—Primero voy a enseñársela a Luis Maldonado Venegas a ver si me la quiere comprar.

—¿Y si no quiere?

—¡Pus la publico, papá! (Risas).

(Continuará).

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