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sábado, noviembre 23, 2024

¿Qué fue primero: la mente o el cerebro?

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Dicen que el alma pesa 25 gramos.

¿Cuánto pesa  la mente?

Nadie la ha medido todavía.

Muchos creen que el cerebro es sinónimo de la mente, pero no es así.

Y aunque habitan recámaras cercanas, la mente es un infierno o un cielo alimentado por manos desconocidas.

Si un hombre muere prensado en su automóvil, y el fuego devora su cerebro, el alma y la mente se evaporan y se van a un sitio por descubrir.

(No hay un cementerio de almas y mentes, por ejemplo).

Todo esto viene a cuento porque el poder es un insumo extraño —como el alma, como la mente— difícil de ser medido o pesado.

Han pasado dos semanas desde que el presidente López Obrador renunció a ser un personaje público.

(Una primera novedad: no cualquiera renuncia al poder).

Lo francamente inédito es que, durante seis años, López Obrador construyó una torre difícil de tirar.

Y en sus cubículos dejó sembradas las estructuras de poder necesarias para activar el nuevo régimen.

No fue una tarea fácil.

Sobre todo porque la hechura se fue fraguando en la mente de un solo hombre.

Cierto: contó con la ayuda de muchos de sus colaboradores más leales, pero el diseño duro —el trazo firme— fue cosa suya.

¿Cuántos años le llevó imaginar la tarea de desmontar un régimen para instaurar —sobre el esqueleto de aquél— uno nuevo?

Cuando menos dieciocho años.

Los mismos que invirtieron en su momento Porfirio Díaz y Carlos Salinas de Gortari.

Aunque a diferencia de AMLO, ellos no generaron nuevos regímenes.

Más bien, sofisticaron el ya existente.

A lo largo de esos años, el expresidente fue dibujando la Cuarta Transformación como aquél personaje de Salvador Elizondo que al dibujar un mapa del mundo traza, horrorizado, su propio rostro.

Ya a la distancia —a dos semanas de haberse ido—, la brutal obra —maravillosa para unos, espantosa para otros— tiene el tamaño de un elefante.

Un elefante metido en una habitación.

Corre el riesgo de convertirse en un elefante reumático —igual al régimen que desmontó.

No podía ser de otra manera: todas las revoluciones primero devoran a sus hijos para luego convertirse en todo aquello contra lo que éstos lucharon.

Lenin, por ejemplo, terminó convertido en una momia a la que otros aspirantes a ser Lenin visitan con fervor religioso.

A nuestra generación no le tocará ver el destino de esta revolución sin violencia que es la 4T.

Otros ojos, otras miradas, conocerán en mil años el destino de este fuego.

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