En tiempos de canallas, las traiciones abundan y se cuentan por decenas.
Siempre he pensado que algún día, cuando llegue la hora de los zopilotes, alguien me saldrá al paso en un callejón oscuro y me enterrará una daga en el estómago.
Antes de morir, veré su rostro iluminado por la luna.
Ese rostro será el de alguien que en su momento me juró amistad y lealtad.
Cuando he compartido esa escena con gente cercana, han surgido toda clase de comentarios.
De entrada, me interrogan acerca de la posibilidad de que sea alguien cercano el ejecutor de la maniobra.
Lo normal —dicen— es que quien te entierre la daga sea un enemigo, alguien que se haya sentido dañado por ti en algún momento.
No —les digo—, la mano que terminará por matarnos será la de alguien que en su momento presumió ser nuestro amigo.
Los enemigos, aclaro, van diluyendo su veneno en el café con leche matutino.
Y terminan por perdonar a la distancia.
La traición —y eso está en Shakespeare y Borges— se cocina con la manteca de la amistad y la cercanía.
Y se va alimentando con el tiempo.
Esto que puede parecer una obsesión, no es sino un pensamiento que me acompaña dulcemente desde que crucé la barrera de los treinta años, aunque con el tiempo he ido perfeccionando la narrativa y los perfiles.
La luz de la luna no aparecía en los primeros años, por ejemplo.
Incluso he quitado la retórica que envolvía la imagen hasta dejarla en su estado más crudo y fugaz.
Cuando un amigo cae en desgracia, se conoce el verdadero sentido de la amistad.
El verdadero amigo perseverará en la amistad pese a la distancia.
Y no negará a quien cayó en desgracia.
El resto, borrará las fotos y los rastros que lo ligaban con éste.
Serán, en pocas palabras, el tipo que clava la daga en un callejón oscuro a la luz de una luna melancólica.
Esto tiene que ver con algo que descubrí este lunes en Facebook.
Vea el hipócrita lector:
Pedro Cabañas y Adolfo Karam se tomaron una foto y el primero la subió a su muro.
Ambos visten playeras para enfrentar la noche calurosa de Cancún.
Por Pedro nos enteramos que cenaron, en familia, entre risas y anécdotas imperdibles.
El brazo derecho de Pedro se extiende sobre la espalda de Adolfo, quien corresponde el gesto con el brazo izquierdo.
Lucen sonrientes.
Es claro que alguien tomó la foto con el celular de Pedro, quien tuvo dos opciones en la noche caribeña: subir la foto a su muro de Facebook —como lo hizo— o guardarla para la posteridad en aras de que nadie se enterara.
Al subirla, Pedro Cabañas demostró que es amigo de Adolfo Karam más allá de las contingencias judiciales y deshielos.
Más allá, incluso, del terrible “qué dirán”.
Su gesto lo ennoblece porque antepone la amistad y la lealtad a cualquier forma de esgrima legal o política.
Es amigo de su amigo más allá de todo.
Se lo demostró a él, y nos lo demuestra a quienes vimos la publicación.
Siempre he tenido una magnífica impresión de Pedro, quien ha hecho de la televisión en Puebla —junto con Raymundo Alonso y Juan Carlos Valerio— un producto de alta calidad.
Hace unas semanas, por cierto, nos sentamos juntos durante la inauguración de Ciudad Universitaria 2, y peloteamos varios temas antes de concluir que tenemos que sentarnos para comer y conversar próximamente.
Sobra decir que esa comida estará iluminada con las mejores luces.