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viernes, junio 6, 2025

¡Paren prensas! Ha nacido el candidato a suceder a Claudia Sheinbaum

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El virtual ministro Hugo Aguilar Ortiz, próximo presidente de la Suprema Corte, ha sido llamado el ‘nuevo Benito Juárez’.

(En Puebla, en el sexenio de Mario Marín, alguien bautizó así al gobernador).

Llenar los zapatos de Juárez (sólo tenía dos pares como presidente) es una tarea complicada.

Pero hagamos un ejercicio de periodismo ficción:

El nuevo Juárez se vuelve el hombre más popular de México.

Todo mundo lo recibe con un entusiasmo brutal.

Los huaraches que usa se han vuelto un símbolo del poder en la Corte.

Su reticencia a usar la toga le traen simpatías inéditas.

El Canal Judicial, que antes nadie veía, rompe récord de audiencia.

En los actos de la presidenta —en los que se sienta a su izquierda—, el nuevo don Benito les roba cámara a los Adanes, a los Noroñas, a los Andy’s.

Qué decir de los Ebrard y los Monreal.

Conforme se acercan los tiempos electorales de 2030, Hugo Aguilar, siempre vestido a la usanza de los pueblos mixes, encabeza las preferencias electorales.

Al interior de una quinta en Palenque hay un consenso brutal: el nuevo don Benito debe ser el candidato presidencial de Morena.

Las bases aplauden la moción.

El 5 de febrero de 2030, nuestro personaje rinde protesta como candidato.

¿Quiénes serán el Miramón o el Mejía que vayan a Europa a ofrecer la corona de México a un príncipe rubio y barbado?

¿Quién será el Maximiliano que lo enfrente?

¿Y de dónde saldrá el Porfirio que se levante en armas?

Es un enigma.

Un verdadero enigma.

 

 

 

Apuntes casi inéditos sobre los últimos meses de Juárez. Cuando Margarita Maza —a quien Benito Juárez llamaba ‘la viejecita’— murió, el presidente se metió aún más al trabajo: al trabajo de ser presidente, al trabajo de buscar la reelección.

Su esposa era menor que él, pero así la llamó durante años.

Y metido en un dolor intenso, empezó a buscar desaforadamente un cuarto arribó a la presidencia.

Perdió amigos: Lerdo abandonó su barco, Porfirio Díaz se levantó en armas.

Su lema provoca risitas: “Sufragio efectivo, no reelección”.

Dice Enrique Krauze que el mejor biógrafo de Juárez fue el historiador estadunidense Ralph Roeder.

Parafraseándolo, describe así el ambiente que lo envolvía:

“La vida pública se había convertido en una costumbre inquebrantable … indispensable, orgánica, fisiológica, que siguió operando mucho después de haber desaparecido la necesidad o la demanda que la originaron. El poder era la droga anodina para la pérdida de la esposa. El poder era el trabajo, el yugo que aseguraba su marcha y que le restituía su razón de ser; el poder era el solaz del solitario”.

“Los cargos de fraude y violencia —apunta Roeder— lanzados en 1867 se repitieron con mayor verosimilitud en 1871.”

El descrédito era inmenso —traduce Krauze—, no muy distinto del que rodearía a Porfirio en 1910; pero, a diferencia de Díaz, Juárez murió a tiempo.

Roeder tiene unas líneas perturbadoras sobre los últimos días de don Benito: “El médico le puso un estimulante extremo, arrojando agua hirviente sobre el corazón; el pecho respondió con un espasmo involuntario, los ojos se abrieron, y la voz se dejó oír … con el medio tono de quien advierte vagamente que por un error craso ha sido quemado … ‘Doctor, ¿es fatal mi enfermedad?’ Al saber que así era, recibió la sentencia con la misma despreocupación con que hizo la pregunta y siguió narrando su vida … hasta que otro acceso cortó el hilo … el médico volvió a administrar el remedio heroico … él mismo se descubrió el pecho … (Todavía se levantó para dar instrucciones de campaña). Luego, el Presidente se dedicó sin interrupción al gran negocio que tenía en manos: morir.”

(Pasaron varias horas, acota Krauze. Nadie lo vio expirar. Era el 18 de julio de 1872).

 

 

 

El líder charro ataca de nuevo. ¿Recuerda usted a Julio Alfredo García, secretario general del comité ejecutivo estatal de la sección XXV, Puebla, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud?

Pues este patético personaje —que busca reelegirse como líder charro y pretende, en 2027, la candidatura a la alcaldía de Tehuacán— ahora se le fue encima —con sus dóbermans domesticados— al secretario de Salud del estado, Carlos Alberto Oliver Pacheco.

¿Qué argumenta?

Nada relevante.

¿Qué pide?

Una auditoría a la Secretaría y la destitución del doctor Oliver.

Este líder charro carece de base social, así como de ética, una vez que en uno de los departamentos colocó a una chica joven —¡muy joven!— con la que mantiene… un conflicto de interés.

¿Lo sabrá su esposa?

Es el mismo que hace algunos meses cerró el periférico con veinte trabajadores, quienes huyeron despavoridos del hospital de Cholula en plena pandemia del COVID, una vez que éste se convirtió en el búnker para atender a los cientos de enfermos que fueron saturando los servicios brutalmente.

Confirmado: el líder charro quiere chichi.

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