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jueves, mayo 16, 2024

Nuevas pistas sobre el periodista que se oculta detrás de La Aldea Poblana

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Nuestro personaje tuitero —llamémosle A.— es, de día, un hombre pacífico: buen periodista de investigación, defensor de los derechos humanos, y enemigo de los misóginos y violentadores de mujeres.

De noche todo cambia: a través de La Aldea Poblana —su cuenta fake— se convierte en todo lo que aborrece.

Como A. logró dos cosas con la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco: un buen convenio para su medio —llamémosle B.— y una excelente relación amistosa.

Claudia está convencida de que A. y B. son sus aliados en la lucha contra el Eje del Mal.

Juntos libraron batallas brutales durante los tres años que el convenio iluminó la vida de A.

Por eso resulta inexplicable que A. —convertido en La Aldea Poblana— se haya ido de manera tan vulgar y misógina en contra de Rivera Vivanco.

Lo más reciente ya lo borró de su cuenta fake: cuatro memes en los que ridiculizaba a Claudia y a Roberto Zatarain, gran amigo también de nuestro esquizofrénico personaje.

El jueves pasado, en esta columna, hablé de que ya había pistas —con nombre y apellido— sobre el periodista que estaba detrás de la cuenta fake.

Tras un breve silencio, La Aldea Poblana —es decir: A.— se puso brusco nuevamente contra Zatarain, a quien quiso exhibir como nuevo dueño de una casa que sus padres adquirieron en La Vista hace casi dos décadas.

Furioso, Zatarain le dijo que ya conocía su verdadera personalidad y que era un auténtico traidor.

Más nervioso que la hoja de un árbol, A. borró de La Aldea Poblana los memes contra Claudia.

También borró en ese lapso una publicación que me involucraba a mí.

Luego guardó silencio varias horas.

Zataraín exhibió entonces que nuestro multicitado personaje era un cobarde, pues había pasado a bloquearlo.

Este sábado, A. regresó a tuitear como La Aldea Poblana advirtiendo que lo que era Twitter lo había sacado de circulación pero que ya estaba de regreso.

Fue un decir.

En realidad quien regresó fue un tímido A. garabateando cosas muy distintas a las de su historial.

La duda mata:

¿Por qué al verse descubierto borró las injurias en contra de Claudia Rivera?

Al mismo tiempo, A. —en su papel de codirector de B.— también guardó silencio.

Un silencio muy extraño.

El doctor Jekyll y el señor Hyde nunca, jamás, fueron tan obvios.

Vamos a extrañar la vulgaridad de A., metido en el cucurucho de La Aldea Poblana.

Todavía hace unos días subió un tuit brutal:

“Ya salió la portada de el día de hoy de Ambas Manos donde dicen que Julio Huerta tiene la verga más grande de todo Puebla?

“O sale mañana?”.

Sería muy valiente que A. publicara ese tipo de cosas, así como los memes en contra de Claudia Rivera y Zatarain, en su cuenta original.

Hacerlo a través de La Aldea Poblana es un acto de cobardía, deslealtad y traición.

Debo decir que mucha gente ligada al periodismo me ha buscado para compartir datos sobre nuestros Jekyll & Hyde aldeanos.

Y me han contado cosas que francamente me ruborizan.

El valiente periodista —gran padrote de la prensa independiente de Puebla— ha resultado de lo más ruin.

(Ahora se entiende por qué añora los tiempos en que Blanca Lilia Ibarra, pálida titular de lo que queda del órgano de transparencia—, compartía con él información privilegiada.

Pero no todo es tristeza.

Aún le quedan fuentes como Rosa Isela Ortiz Campo, secretaria particular de Margarita Gayosso, magistrada presidenta del Tribunal Superior de Justicia, y el otrora secretario de Plenos del Tribunal: Ismael de Gante.

La primera lo surte de datos claves en contra de Carlos Palafox, presidente del Consejo de la Judicatura, en tanto que el segundo lo mantenía informado sobre los personajes que estaban por quedar en libertad en la Puebla levítica.

Dividirse en dos tiene sus inconvenientes.

A. olvidaba de pronto que escribía como La Aldea de Puebla, y viceversa.

Eso daba pie a confusiones surrealistas que a la luz de la verdadera personalidad del codirector de B. hoy saltan a la vista en forma de cucurucho.

Varios ya saben quién es A. y confirman muchas cosas del pasado reciente.

El hipócrita lector se enterará en cualquier momento del dueño de esa dualidad esquizofrénica.

En fin, la hipotenusa.

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