Uno de los militantes más auténticos del PRD que conocí se llamaba Juanito.
Era un hombre fuerte, pero viejo.
O viejo, pero fuerte.
En su caso caben las dos apreciaciones.
Una vez que la policía municipal detuvo al líder regional —el gran Eduardo Fuentes de la Fuente—, dijo una frase cargada de sabiduría y amargura.
(Las buenas frases tienen esos dos ingredientes).
“¡Qué poca… democracia!”.
Quiso decir ‘qué poca madre’, pero en esos años —veníamos del fraude electoral de 1988— la democracia empezaba a ser la reina de la casa.
La reina del hogar era la madre.
Es decir: la que cocinaba, lavaba y planchaba la ropa, iba por los hijos a la escuela, iba al mercado, hacía la limpieza, y, ufff, tenía que estar arreglada y de buen humor por si el señor —su esposo— ‘ocupaba’.
Es decir: se montaba en ella tres minutos, gemía como vaca y se dormía.
Don Juanito mezcló ‘madre’ con ‘democracia’ en el lejano año de 1989, cuando Fuentes de la Fuente (Fú de la Fú) organizó con sus camaradas (el Boni, doña Victoria, don Memo Luna, Rossy, el doctor Camacho, el doctor Anduaga, el profesor Racilla, Gerardo Pérez Muñoz y el propio don Juanito) la primera asamblea a nivel nacional de algo que se llamaría Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Esto, todo esto, ocurrió en Huauchinango, Puebla, antes de que sus presidentes municipales lo destruyeran vendiendo onerosos permisos para que algunos habitantes depredadores acabaran con las casas de tejas y las convirtieran en casas cuadradas —parecidas a los denominados ‘cuartillos’—, dando pie a una inédita y horrorosa corriente arquitectónica conocida como Art-Nacó o Art-Narcó.
Éramos púberes dando zancadas para no caer en los charcos, porque, de alguna manera, “Tiempos Modernos”, mi noticiero radiofónico de la XENG —“Circuito de la sierra y la huasteca”—, contribuyó abriéndoles los micrófonos a todos esos hombres y mujeres —humildes en su mayoría— que querían cambiar el orden de las cosas.
Es decir: el orden de sus vidas.
Esas vidas que cargaban —como don Juanito en el mercado municipal— en forma de costales de papas, de aguacate o de cebollas, para terminar sudorosos, cansados y un poco hartos —o fastidiados— del acoso policiaco.
Porque entonces, como hoy, la policía siempre se ceba en los más pobres.
(Gran misterio).
La primera asamblea, pues, se efectúo en los primeros días de 1989 en el auditorio municipal.
Y entre los que llegaron al lugar —cómo olvidarlo— estaba el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, víctima central de la ‘Caída del Sistema’, con ese rostro serio, inmutable, de estatua tarasca.
Por esos días abrí con Carlos Martínez y Sandra Pinto de León —y con el brutal apoyo de Fernando Crisanto— “Cambio de la Sierra”: una modesta edición que aparecía los miércoles y los sábados, y que distribuía en su papel de voceador el mismísimo don Juanito.
La edición íntegra fue dedicada a la asamblea fundacional que dio origen al PRD.
Era una edición rica en fotos, crónicas, entrevistas y columnas.
Entre éstas, la mía: El Ferruco.
Hubo fiesta en el pueblo.
Diría el clásico: éramos jóvenes e indocumentados, pero terriblemente felices.
Y sí lo sabíamos.