“Ser enemigo del gringo es fácil, pero ser su amigo es lo que es bien pinche difícil”.
Esto lo dice Pedro, un mexicano —oriundo de Huauchinango, Puebla— que trabaja como cocinero en un restaurante neoyorquino: The Grill.
La escena es parte de una de las mejores películas mexicanas que he visto últimamente: “La cocina”.
Su director —Alonso Ruizpalacios— se instala desde ya como uno de los realizadores más interesantes e inteligentes de la escena internacional.
Regreso a las frases del principio, mismas que definen muy bien al presidente Trump.
Ser enemigo de éste es bien fácil.
Lo difícil es ser su amigo.
Pedro, indocumentado como otros personajes de la película, sostiene un diálogo con uno de sus superiores: un mexicano que se siente gringo.
El monólogo de Pedro es brutal:
“Cuando los gringos por fin se largaron de Vietnam, todos los survietnamitas que trabajaban en la embajada estadounidense en Saigón estaban cagados de miedo porque ya venía el Vietcong entrando a la Ciudad. “Mientras los helicópteros iban sacando hasta el último soldado gringo de ahí, el chofer vietnamita que trabajaba con el embajador —atrapado entre miles de cabrones que trataban de entrar a la embajada—, les decía a los gringos: ‘¡Sáquenme, culeros, nos van a masacrar!’.
“Los vietcong iban armados hasta el culo y estaban a punto de entrar a la embajada.
“Pero las instrucciones del presidente Nixon fueron muy claras: ‘En esos helicópteros se sube puro güero, ni un pinche amarillo’.
“El embajador fue el primero en salir por patas de ahí. ¿Y tú crees que regresó por su chofer?
“Su chofer, con el que se fumaba un habano diario, que lo había invitado al bautizo de su hijo, que le había puesto hasta un nombre gringo…
“¿Tü crees que regresó por él?
“Ser enemigo del gringo es fácil, pero ser su amigo es lo que es bien pinche difícil”.
Ante ese relato, el mexicano que se sentía gringo —pero que era tan moreno como Pedro— escupió.
—No creas que son tus amigos —le dijo Pedro.
—¡Soy americano, imbécil! —protestó.
—¡América no es un país, pendejo! —atajó Pedro.
Por cierto:
Una venezolana que trabajaba como mesera —y que también era ilegal— le gritó a Pedro una frase que desquició al protagonista y que también —sin saberlo— la retrataba a ella: “¡Mojado de mierda!”.
Para Trump, es claro, todos los mexicanos y venezolanos y suramericanos somos exactamente eso: unos mo-ja-dos-de-mier-da.
Y así nos trata.