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miércoles, marzo 26, 2025

Los jugosos negocios de los exgobernadores

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Un gobernador inaugura un hospital. (Aplausos, porras, confeti). Las enfermeras y los médicos posan con él para la foto. (Confeti, porras, aplausos). El Hombre —así les llamaban antes, con todo y mayúscula— inicia el recorrido del nosocomio (más aplausos) y saluda a los enfermos que yacen postrados en las camas del hospital. (Una ancianita, un campesino, un niño). Posa para la foto acariciándoles, inevitablemente, la nuca o la mollera. (Aplausos y porras). El secretario de Salud presume el equipo médico. (Fotos, selfies, aplausos). Y así continúa el recorrido hasta que el gobernador se despide del pueblo, del hospital, de los médicos, de las enfermeras y de los pacientes. (Parafernalia que incluye empujones de los escoltas, gritos, brazos extendidos —para un saludo que nunca llegará—, y aplausos, muchos aplausos, porras y confeti, mucho confeti).

Una vez concluida la ceremonia, los equipos médicos eran transportados a otro hospital (para la siguiente inauguración), y los pacientes eran llevados a otro espacio porque las camas sufrirían la misma mudanza que el equipo médico. En menos de una hora, el hospital quedaba vacío. Y así quedaría al paso de los años: plagado de telarañas, polvo, olvido y desdén.

Esta escena fue de lo más común en el pasado reciente. Gobernadores iban y venían, y las construcciones se iban quedando abandonadas para la posteridad. Mientras tanto, los habitantes tenían que viajar a otras poblaciones (donde sí hubiera hospitales de a deveras) para ser atendidos por médicos y enfermeras absolutamente reales.

La duda mata: ¿Para qué se inauguraban tantos hospitales que luego quedaban en el olvido? La respuesta la dio este lunes en su Mañanera el gobernador Alejandro Armenta: por el jugoso negocio (económico) de las obras. Entre más obras, más ganancia, más moches, más derrama económica (para algunos bolsillos coadyuvantes).

Las Casas Carmen Serdán que ha venido abriendo el gobernador en varios municipios del estado están asentadas en construcciones abandonadas que en su momento fueron hospitales y escuelas a las que nadie acudió, porque sólo se abrieron para las fotos, los aplausos, las porras y el confeti.

Ah, y los jugosos negocios (la jugosa derrama), y el discurso —infaltable, democrático, republicano— de ese señor de guayabera a quienes todos llamaban… el Hombre.

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