Ser expresidente es duro.
Lo es más cuando sobreviene el exilio.
Y éste tiene dos modalidades: el exilio interior o el exilio a secas.
AMLO eligió el primero, pero cada día está más cerca del segundo.
Sigue viviendo en el país, pero no hace apariciones públicas.
Imagino sus días revisando las redes sociales.
Lo imagino recibiendo llamadas, por ejemplo, de Adán Augusto López, quien enfrenta hoy por hoy la consecuencia de sus actos.
Lo imagino caminando por la parte arbolada de su quinta lleno de pensamientos encontrados.
Debe ser atroz mirar el país desde esa perspectiva: solo, acompañado únicamente por dos o tres mujeres oficiales del ejército —discretamente alejadas para no ensuciar los pensamientos—, metido en una reflexión continua.
Una reflexión ligada al poder, a los personajes más cercanos y a la prensa tan odiada.
Ver el país desde el exilio interior en el que vive AMLO es complicado.
Sobre todo, porque los resortes del poder abandonado son como los resortes de una cama demasiado usada: flojos, gastados, maltrechos…
Enfrentar las críticas al corazón del lopezobradorismo sin la parafernalia del poder no es nada fácil.
Hay un sentimiento de ahogo, de ausencia de aire, de desazón continua.
Juárez, por ejemplo —su ideal histórico—, murió al interior de Palacio Nacional, víctima de la angina de pecho que le oprimía el alma (el cuajo).
Díaz, en cambio —su odiado Porfirio—, falleció lejos de su tierra y de sus guisos: en el exilio parisino: el más frío de todos los exilios.
El exilio interior de López Obrador se parece más al exilio de Porfirio: un exilio amargo, sin amigos, sin los focos de la vida pública.
Las versiones que corren en el sentido de que AMLO le habló a la Presidenta Sheinbaum —para reclamarle por la suerte de Adán Augusto López— suenan hechizas y novelescas.
(La ficción por encima de la realidad).
No imagino a nadie levantándole la voz a la huésped de Palacio Nacional.
Este miércoles se cumple un año de la llegada de la doctora Sheinbaum y de la despedida de López Obrador.
El año de AMLO me recuerda al calendario Maya con su ciclo solar Haab’: compuesto por 18 meses de 20 días cada uno (uinales), más un período de 5 días al final llamado Uayeb o “los días desafortunados”.
Los días del poder —todos y cada uno— son brutalmente afortunados.
Los días del exilio (aunque éste sea interior) son profundamente desafortunados.
Es la naturaleza del poder: es la naturaleza de la vida.