Todos los días, un sastre frustrado deja las tijeras y la cinta métrica para dedicarse a otra cosa.
Todos los días, un carnicero abandona los cuchillos y la aplanadora de bisteces exactamente para lo mismo.
¿Y qué decir del abogado fracasado o del administrador público, o del economista en ciernes, o simplemente del que no tuvo salón ni profesor medianamente buenos?
¿A dónde cree el hipócrita lector que se van todos estos personajes?
Unos eligen el oficio de la demoscopía (encuestas, pues).
Otros más se decantan por la escritura de columnas.
(Dije “escritura”, debí decir “maquila”).
Todos los días nace un nuevo columnista o un nuevo encuestador.
A este ritmo, en un par de años estos dos grupos de parias podrían llenar el estadio Cuauhtémoc con facilidad.
(En éste caben, por cierto, 47 mil 417 personas).
Pero lo que bien se aprende no se olvida.
Hay muchos columnistas que tienen oído de carniceros (con todo el respeto para quienes ennoblecen este oficio).
Y fieles a su condición, ablandan a golpe de columnas a los políticos.
(Los ablandan como se ablanda un bistec del cero).
Hay otros, más sofisticados, que son unos artistas del lugar común.
Ya se sabe: Gabriel García Márquez es la víctima ideal.
Y no García Márquez, los títulos de algunas de sus novelas.
“Crónica de una muerte anunciada”, por ejemplo.
Si el candidato de su preferencia gana en las urnas, el título de su columna será “Crónica de un triunfo anunciado”.
Si alguien se da un tiro en la boca, “Crónica de un suicidio anunciado”.
Y así, hasta el desvarío.
Hace unos días escuché a Roy Campos, de Mitofsky, quejarse de que hay más encuestadores que políticos.
A este paso, pronto habrá más encuestadores que encuestados.
Roy Campos admitió que urge una regulación para evitar la anarquía.
Seamos sinceros: detrás de cada nueva encuestadora, hay un negocio.
En épocas de elecciones no faltan los políticos que quieran ganar a punta de encuestas.
Así nacieron, por ejemplo, Massive Caller y C&E research.
El dueño de la primera encuestadora es un expanista que le trabajó a Ricardo Anaya en su campaña de 2018: Carlos Campos Riojas.
Por cuatro meses de encuestas, Campos le cobró al entonces candidato presidencial del PAN 4 millones 640 mil pesos, según la revista Proceso.
(Sobra decir que Massive Caller favoreció en sus números a su cliente, quien terminó perdiendo por casi 30 puntos de diferencia).
En Puebla, ha tenido innumerables clientes.
Sobre todo, panistas.
Faltaba más.
Recientemente vimos que colocó a Mario Riestra por encima de Pepe Chedraui.
La duda mata:
¿De a cómo habrá sido el cañonazo?
C&E también publicó una encuesta que favorecía al panista Riestra.
No se requiere ser columnista-carnicero para saber que todo esto apesta a rastro clandestino.
La nueva encuestadora de Reforma, tras la salida de la brillante Lorena Becerra, inició dando traspiés.
Él más reciente provocó la burla de muchos actores políticos.
Vea el hipócrita lector lo que publicó en su Twitter el priísta Enrique de la Madrid este martes:
“Soy subscriptor del @reformanacional y no entiendo cómo puede publicar una encuesta diciendo que puntea Claudia cuando el 47% de los encuestados rechazó contestar, y de la mitad que contestó la mitad dice que o aún no decide su voto o lo puede cambiar. En pocas palabras esa encuesta representa sólo al 25% de los encuestados. Si el termómetro para medir el clima funcionara como las encuestas yo no sabría si salir de bermudas o de abrigo por la mañana”.
De la Madrid, pese a su camiseta partidista, acertó en su comentario.
Si no hay rigor, no hay confianza.
Con números tan disparatados (y en esta canasta se incluye a Massive Caller y a C&E), todo entra en el ámbito de la incertidumbre.
“Crónica de una encuesta anunciada”, diría el zapatero metido a columnista.
Faltaba menos.