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sábado, noviembre 23, 2024

Los Buenos, los Apátridas y los Desterrados (Crónica de un Desfile)

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Los matraqueros de Nacho Mier vendieron la idea de cercanía. 

Mala estrategia. 

Y es que si la cercanía entre el presidente y Nacho se mide por el número de lugares entre ambos en el presidium, la cosa no es nada agradable. 

Quince lugares los dividían. 

Con una salvedad. 

A Nacho le tocó el último sitio en el presidium a la izquierda de López Obrador. 

Su silla apenas cabía. 

Después de él estaba el caos. 

A su derecha inmediata, quién lo dijera, le tocó Eduardo Rivera Pérez, quien terminó refugiado ahí luego de que una guapa teniente del ejército mexicano lo expulsó de la primera hilera de sillas, justo detrás de donde estarían el presidente y el gobernador Barbosa. 

A Lalo no le quedó más que obedecer y se refugió en la zona en la que algunos traidores a la patria convivían con los valets del Partido Verde. 

(Léase: Jimmy Natale, valet de Juan Carlos Natale, valet de Marcelo Ebrard, quien no estuvo en el desfile). 

Lalo, pues, se puso a platicar con Mario Riestra, panista apátrida metido en su look Moreno Valle. 

¿De qué hablaron? 

Seguramente de la Patria, el Sitio de Puebla y el clima. 

Total que Lalo —a través de un colaborador— obtuvo lugar en el presidium: el último de la fila, hasta que llegó otro refugiado: Nacho Mier. 

Ambos, entonces, se pusieron a platicar muy quitados de la pena, rodeados de militares y marinos, y metidos, faltaba más, en una pena ajena visible para el lego. 

En el centro del poder, en tanto, ahí donde las arañas no hacen su tela, cruzaron elogios y gestos de buena voluntad. 

Ya después, en el mausoleo dedicado a Ignacio Zaragoza, ambos pronunciaron un par de excelentes y muy informados discursos. 

Lo demás fue elocuente. 

La pipitilla hablando con la pipitilla, y todo lo que sus mercedes se imaginan. 

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