Todos los días, la presidenta Claudia Sheinbaum se levanta con ganas de reinventar este país.
Y con cada acto de gobierno, faltaba más, va haciéndolo a su modo.
Todos los días, sin embargo, hay compañeros suyos —de partido— que complotan inevitablemente desde un país que no ha terminado de irse: el país de la Ley de la Milpa, el país de los compadrazgos, el país de los contubernios y las confabulaciones.
Todos los días, estos personajes —que se dicen aliados— hacen hoyos donde debería haber piso parejo.
Todos los días se despiertan en sus residencias de lujo (con su mal humor social), y se suben a sus camionetas machuchonas y a sus autos de lujo —con sus relojes de lujo y sus joyas de lujo— para ir a los restaurantes de lujo.
¿El fin?
Hacer negocios jugosos a la sombra del poder para seguir socavando lo que la presidenta construye día con día.
En apariencia, estos parias son sus compañeros de ruta.
No lo son.
Son figuras grotescas que cada vez están quedando más evidenciados.
Son los verdaderos enemigos de la Cuarta Transformación.
La verdadera fuerza opositora que quiere mamar y dar de topes.
La expresión ‘durmiendo con el enemigo’ nunca tuvo mayor certeza y contemporaneidad.
Son el enemigo que, al apagarse la luz de la recámara, va a la cocina a buscar los cuchillos más filosos, más puntiagudos.
Los que lastiman más los territorios del cuajo y del cogote.
Christopher Hitchens —tan vigente, tan actual— decía que estaba en contra de lo políticamente correcto que obliga a guardar la forma ante palabras o expresiones estúpidas.
A lo estúpido, decía él, hay que llamarle estúpido.
No hay otra forma de enfrentar esas acciones.
Los compañeros de partido de la presidenta Sheinbaum que complotan estúpidamente contra ella, y sus actos de gobierno, son absolutamente estúpidos.
No hay otra manera de nombrarlos.
Son los enemigos a los que hay que bajar de la cama y del mar de los sargazos.
