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viernes, septiembre 13, 2024

Lo que los gobernantes piensan de sus subordinados

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Gustavo Díaz Ordaz estalló en contra de su excolaborador Luis Echeverría cuando éste, en plena campaña, guardó un minuto de silencio, en la Universidad Nicolaita de Michoacán, en memoria de los estudiantes caídos en Tlatelolco, en octubre de 1968.

Lo peor, para esta trama, es que lo hizo en su calidad de candidato del PRI a la Presidencia de México.

Candidato del PRI, sí, pero candidato, sobre todo, del propio presidente.

En sus memorias, publicadas por Enrique Krauze en “La presidencia imperial”, Díaz Ordaz revela que, ya con Echeverría en Los Pinos, se miraba todas las mañanas en el espejo del baño y escupía furioso al ver su imagen reflejada: “¡Pendejo, pendejo! ¡Eres un pendejo!”.

No es el único hombre de poder que se ha arrepentido de algunos de sus colaboradores.

En alguna ocasión, a bordo del poderoso Agusta, Rafael Moreno Valle me habló pestes de un excolaborador que lo había decepcionado.

Muchos deberían de seguir el ejemplo de Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien se dio tiempo para injuriar a sus colaboradores —en particular a quienes le fueron a pedir que fuera Emperador de México— a través de un libro de 197 páginas —empastado a la holandesa—, publicado por los hermanos Delanoé en su fábrica de libros ubicada en la calle del Puente del Espíritu Santo número 10, en la antigua Ciudad de México.

Maximiliano escribió su librito en orden alfabético y con la bilis en la mano.

Vea algunos ejemplos el hipócrita lector.

Abre la lista de traidores nada menos que el hijo de José María Morelos y Pavón, Juan N. Almonte, uno de los conservadores que le ofreció el trono de México al entonces príncipe austrohúngaro.

Luego de retratarlo como un auténtico traidor, que lo mismo se arrojaba a los brazos de Santa-Anna y de Juárez para traicionarlos después, Maximiliano le dedica algunas líneas a su manera de ser: “El carácter de Almonte es frío, avaro y vengativo. No ha hecho nunca la guerra, y debe su grado militar a que en tiempos de Morelos —su padre— fue nombrado coronel, siendo aun niño.

“Cuando fue enviado como ministro a Francia, recibió una cantidad de veinte mil pesos para los gastos de la Legación. Se le acusa de no haber justificado con claridad el empleo de esos fondos”.

Hay que decir que Almonte estuvo al frente del Ministerio de la Casa Imperial solamente un año: del 10 de abril de 1865 al 8 de marzo de 1866.

Maximiliano no lo volvió a contratar.

¿Por qué sería?

Otro personaje singular fue un tal Arroyo, a la sazón secretario de Relaciones Exteriores del Segundo Imperio.

Así opina de él su patrón:

“Es un hombre lleno de pretensiones, de una moralidad muy dudosa. Concurrente a las casas de juego, y lleno de deudas. Ha solicitado su puesto para escapar de las persecuciones de sus acreedores. Poco delicado en materia de dinero”.

¡Qué joya!

De José I. Anievas, subsecretario de Gobernación, no tiene empacho en decir:

“Permaneció largo tiempo de empleado oscuro en una oficina insignificante. Fue nombrado repentinamente jefe de sección, gracias a la protección que le acordó Santa-Anna. Instrucción nula, incapacidad notoria. Anievas no ha hecho nunca ningún papel político”.

De Arrangoiz (ministro sin cartera) dice:

“Tomó honorarios tan exorbitantes que tuvo que retirarse a Europa para escapar de las persecuciones de Santa-Anna. Inteligencia ordinaria, pero cierta distinción en sus maneras”.

De Francisco Alcayaga (general de Brigada) opina muy lacónico:

“Antiguo militar. Impropio para el servicio. Casi loco”.

De un tal “Billar” despotrica de esta manera:

“Ha sido durante mucho tiempo demagogo hasta el exceso. Cuando era juez de Tlalpam (sic) se dice que favorecía al vandalismo. (…) Su moralidad es muy dudosa. Después de dada la orden para cerrar todas las casas de juego, se dice que frecuentaba las que existían clandestinamente”.

Otro caso brutal es el de un tal “Gutiérrez” (General, comandante de la caballería):

“Es un hombre sin ninguna especie de principios ni de educación. Concurrente a los lugares públicos y a las casas de juego en las que ha introducido frecuentemente moneda falsa. Mientras se enterraba a su padre, él saqueaba la casa con perjuicio de sus hermanos. Es cruel y sanguinario”.

No sé por qué pensé en varios exfuncionarios de las diversas administraciones estatales y municipales.

(Algunos siguen en activo con ganas de ser incorporados en los gobiernos que vienen. Su lema es el mismo: “No te pido que me des. A mí ponme donde hay”).

Sería de gran ayuda que los exgobernadores o exalcaldes que aún viven escribieran, en el mejor estilo de Maximiliano, libros como el aquí comentado.

Sería de gran ayuda para las próximas generaciones de gobernantes.

Prometo, en las siguientes entregas, seguir reproduciendo lo que el Emperador de México pensaba de sus subordinados.

 

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