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miércoles, diciembre 18, 2024

Las órdenes de aprehensión viajan de noche

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Metido en una angustia cotidiana, Alfredo Arango buscó a un abogado para enfrentar los cargos que estaban por imputarle: un litigante de un modesto despacho de la Ciudad de México.

—¡Carajo, Alfredo, no puedo creer que no contrates a un despacho prestigiado! —le reclamó su compadre.

—¡Los abogados sólo te quieren sacar dinero! ¡No voy a ser víctima de sus chantajes! —respondió.

—¡Estamos hablando de tu libertad, compadrito! ¡Te has gastado una fortuna en cosas superfluas y mamadoras! ¡Invierte en tu  tranquilidad!

Arango no atendió el consejo y buscó un despacho ubicado en la colonia de los Doctores, en la Ciudad de México. Le enviaron un litigante a su casa. El ex secretario de Salud le compartió lo que sabía. Una fuente de la Procuraduría General del Estado le había venido dando detalles en los últimos días.

—Buscan involucrarme en un supuesto enriquecimiento ilícito, licenciado.

—Me dice que por 54 millones, doctor. ¿Es correcto?

—Es correcto, licenciado.

—Ya consulté el Código de Defensa Social del Estado, doctor, y en el artículo 432 se señala textualmente: “Comete el delito de enriquecimiento ilícito, el servidor público que no pudiere acreditar el legítimo aumento de su patrimonio, o la legítima procedencia de los bienes que aparezcan a su nombre tatatá tatatá”. ¿Correcto?

—Así es, licenciado.

—De acuerdo con dicho código, doctor, si usted es encontrado culpable del delito imputado se le impondrán de dos a once años de prisión, multa de diez a cien días de salario e inhabilitación de dos a once años tatatá tatatá”. ¿Correcto?

—Correcto, licenciado.

Quedaron de promover un amparo. Se despidieron. Los días pasaron. La noche de Reyes, su contacto en la Procuraduría le mandó un mensaje de texto: “Pélate. Acaban de girarte orden de aprehensión”.

Arango ya tenía las maletas hechas. Subió a una Suburban blanca y le dijo al chofer que lo llevara a donde ya sabía. “Donde ya sabía” era una casa en Chignahuapan. Más que casa, una cabaña. Una cabañita.

Tenía todo para no salir: comida, televisión, internet, teléfonos, ropa. Se bañaba a las seis de la mañana, se vestía, hablaba por teléfono dando vueltas en el pequeño espacio, desayunaba —poco, pues se le había ido el hambre—, volvía a dar vueltas, hablaba, veía la televisión, se metía a internet, comía —poco—, hablaba por teléfono, daba vueltas, veía la televisión, hablaba por teléfono, no cenaba, intentaba dormir —no podía—, daba vueltas, hablaba por teléfono, veía la televisión, amanecía…

Así estuvo cinco días.

Por su abogado, Alfredo Arango supo que la noche de Reyes varios ministeriales llegaron a su departamento de La Vista con una orden de cateo.

Y eso hicieron: catearon la casa en aras de hallarlo y presentarle una orden de aprehensión que lo conduciría al Cereso de San Miguel. Pero no encontraron una sola pista suya.

Voltearon la casa materialmente. Incluso revisaron los tinacos y la cisterna. Metieron las narices en el baño, en los clósets, en el cuarto de servicio. A eso de las cinco de la mañana por fin se fueron.

Arango escuchó furioso la crónica de los hechos y desubrió que temblaba. Sus dedos también temblaban ostensiblemente. Sus manos también. Su pie izquierdo no paraba de moverse.

Respiró profundo —como un yogui consumado— y poco a poco se fue tranquilizando.

En esa zozobra pasó los días en la cabañita de Chignahuapan. El 10 de enero decidió regresar a Puebla. Se hospedó en el departamento de un amigo, ahí mismo, en La Vista, a doscientos metros del suyo. Contaba los minutos con un reloj de arena. No hablaba.

Susurraba. Un par de veces lo fue a ver Karla, su mujer. Se comunicaron casi a señas. Un sudor maligno cubrió de perlas su frente en las dos ocasiones.

La madrugada del 12 de enero se atrevió a caminar hasta su departamento amparado por la oscuridad. No había nadie en el tramo que separaba el edificio de departamentos. Entró y se metió a la recámara de inmediato. Extrañaba su cama, pero extrañaba más la tranquilidad perdida.

Platicó entre murmullos con Karla. Le dijo que lo mejor sería viajar a Canadá en los próximos días. La madrugada los sorprendió haciendo planes de su vida futura. Durmieron abrazados.

A las cuatro de la mañana, Arango escuchó un ruido que subía por la escalera y se instalaba a unos centímetros de la puerta de su habitación. No pudo decir nada. Varios hombres armados ingresaron tumbando la puerta y lo aprehendieron.

Entre flashazos y amenazas lo esposaron y lo sacaron a la calle. A bordo de una camioneta lo llevaron al Cereso de San Miguel. Hizo cuentas mentalmente: en tres días más sería el primer informe de Moreno Valle. La suya era la cabeza prometida desde que rindió protesta. Ya podía mostrarla como se muestra un trofeo.

Los ministeriales llevaban música de Camila. El cantante interpretaba “Bésame”. Karla lehabía regalado el CD apenas en la Navidad. Cerró los ojos. Imaginó su nueva vida en el penal. Su cuerpo temblaba. Respiró profundo, como un yogui consumado.

 

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