El siempre inteligente Javier Tello citó en “La Hora de Opinar” una anécdota que retrata muy bien a la clase política.
Un señor le preguntó a un presidente qué se requería para llegar al poder.
La respuesta fue llana: “Ganas, compañero. Muchas ganas”.
Parece lógico.
No lo es.
Hay hombres de poder que llegaron sin ganas a sus cargos.
Veamos el caso de Puebla.
Manuel Bartlett quería ser presidente de México, y llegó a la carrera final enfrentando a quien le ganó por una nariz: Carlos Salinas.
Enfadado, Bartlett calló el Sistema (operado por su gente desde Bucareli), disfrutó el conflicto generado y se retiró a sus habitaciones.
Sólo regresó a la vida pública cuando José María Córdoba Montoya le dijo que el ya presidente Salinas le mandaba preguntar qué quería.
Respuesta rápida: “Quiero ser embajador de México en Francia”.
(Desde entonces anda en esa ruta).
—No, Manuel. El presidente te ofrece ser gobernador de tu estado —le dijo Córdoba con su acento francés, inconfundible.
—¿De Puebla?
—¡De Tabasco, Manuel! Tú eres tabasqueño.
—¡Falso! Yo soy poblano. Nací en un portal del Centro Histórico.
Y se vino de candidato a gobernador de Puebla.
¿Cómo venía?
Francamente desganado.
Y así anduvo un tiempo: sin ganas.
Puebla era para su visión de estadista un pueblito polvoso: una aldea.
Poco a poco, se fue llenando de ganas… y de presupuesto.
Fue entonces cuando vino su bonanza financiera y emocional.
Don Melquiades Morales siempre tuvo ganas de ser gobernador.
Desde su primer cargo en la Campesina (la CNC), empezó a moverse, a hablar y a dar aletazos de caguamo como gobernador.
Cuando lo fue, lo disfrutó muchísimo.
Aunque siempre hay un pero.
Una vez que regresamos de una gira a la sierra norte, el gobernador me acompañó a la puerta de Casa Puebla, como solía hacerlo, y me confesó que estaba sufriendo su propia sucesión.
(La que ganó otro ganoso: Mario Marín Torres).
“Ya quiero que esto se acabe”, me dijo con el tono generoso con el que ha cruzado tres tercios de su vida política.
Marín, en efecto, siempre tuvo ganas de ser gobernador.
Ese sueño lo persiguió desde niño: quería ser el nuevo Benito Juárez.
Y así recorrió los herrumbrosos rumbos del Poder Judicial y los lavaderos de la política local.
Una vez que llegó a Casa Puebla, las ganas se multiplicaron.
¿Resultado?
Cometió errores fatales y su gobierno se desganó.
(El poder ciega a algunos hombres).
Rafael Moreno Valle quiso ser DJ (Disc Jockey) desde joven.
Su padre, don Rafael, quería convertirlo en abogado.
A sus íntimos les comentaba: “Fael (así le decía) es un caso perdido: quiere ser DJ en New York”.
Y en eso se esmeraba cuando el veneno de la política entró a su cuerpo como un balazo de cocaína.
Entonces cambió de traje, de peinado y de giro.
Y toda su vida la dedicó a dos cosas: a ser gobernador de Puebla y a ser presidente de la República.
Sus ganas se estrellaron junto con el Agusta blanco que cayó en unos sembradíos.
Tony Gali tenía ganas de ser gobernador de cuatro años 8 meses, pero Moreno Valle y su gente cercana se impusieron y le recortaron tres años.
En ese periodo, lo que más tuvo fue… ganas.
Muchas ganas.
Martha Érika Alonso ponderaba otras cosas antes que el poder.
Quería una familia con hijos.
Pocos días antes del terrible siniestro que le costó la vida, ya convertida en gobernadora, acudió a ver al arzobispo Víctor Sánchez y lloró ante él.
El poder nunca logró seducirla.
Sus prioridades pastaban en otro jardín.
Don Miguel Barbosa Huerta tenía ganas de ser gobernador, pero cuando Enrique Cárdenas, el exrector de la UDLAP, engañó a todos con eso de que López Obrador lo quería de candidato, lo felicitó, se sumó a él y se subió a su camioneta para irse unos días a Tehuacán.
En el camino, sin embargo, una llamada de Andy López Beltrán lo hizo regresar y convertirse —con muchas ganas— en el candidato de Morena a la gubernatura.
Luego de un largo proceso postelectoral —con el caso Puebla metido en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación—, los magistrados fallaron en favor de Martha Erika Alonso.
El ya presidente López Obrador le ofreció a don Miguel la dirección general de la Lotería Nacional.
No aceptó: las ganas de seguir luchando por la gubernatura lo hicieron quedarse en Puebla para encabezar la Resistencia.
Pero el azar es impredecible y todo dio un giro la tarde del 24 de diciembre de 2018.
Una vez en Casa Aguayo, las ganas del ya gobernador crecieron y se multiplicaron.
Pocos como él disfrutaron su estadía en Casa Aguayo.
Sergio Salomón no tenía en la agenda ser gobernador.
Fue don Miguel quien le transmitió el veneno del poder.
A la muerte de su mentor, el entonces líder del Congreso local tuvo un acceso mezclado de ganas y oportunidad.
Y tras una operación impecable llegó a la gubernatura.
Alejandro Armenta Mier siempre tuvo ganas de ser gobernador.
Luego de un largo recorrido por la política local y nacional —fue diputado local y federal, y presidente del Senado de la República—, Armenta Mier ganó la candidatura en un final brutal.
Hoy, como gobernador, las ganas no sólo siguen vigentes: han madurado.
Y eso incluye todos los ámbitos posibles.
Regreso a la anécdota narrada por Javier Tello:
—¿Qué se requiere para llegar al poder, licenciado?
—Ganas, compañero. Muchas ganas.
