En menos de diez días, el presidente López Obrador ha venido a Puebla en dos ocasiones.
Y para desgracia de los odiadores del gobernador Barbosa, el Presidente ha sido de lo más afectuoso y cálido con éste.
Lejos de la imagen fría que quisieron vender en un video manipulado, Barbosa y López Obrador ha demostrado en los hechos que son políticos profesionales orientados por un mismo afán que tiene que ver con la transformación iniciada en diciembre de 2018.
Muchos han sido los interesados en dinamitar esa relación.
Hemos sabido que algunos de esos odiadores llevaron —y llevan— intrigas a Palacio Nacional acompañadas de dulces típicos.
Las tortitas de las monjas del exconvento de Santa Clara han sido cocinadas por éstos con veneno en lugar de harina de trigo.
Y así las han regalado en aras de que el Presidente inicie una campaña en contra del gobernador.
De nada ha servido las intrigas.
El Presidente no se las ha comprado.
Y eso se nota en los reconocimientos públicos y en las muestras de afecto.
Los odiadores, en cambio, han venido cayendo en desgracia política uno tras otro.
Y sus conspiraciones ahora las hacen desde los medios que controlan: medios que, hay que decirlo, podrían publicar una bomba noticiosa y nadie se daría por enterado.
Así de influyentes son.
Eso sí: los multicitados odiadores son dueños de una ceja levantada que va acompañada de pregones de naturaleza moral, cuando todo mundo sabe que de esto es precisamente de lo que carecen.
Su fuerza moral es tan débil como sus intentos de sabotear al gobernador.
Buscan detonar, además, cualquier conflicto en aras de vulnerarlo.
Cada vez que surge alguna víctima se comportan como el dueño de una funeraria rapaz.
Disfrutan que haya muertos en algún enfrentamiento porque de eso hacen un lucro político auténticamente vomitivo.
Son como esos zopilotes de los que habla muy seguido en Las Mañaneras el propio Presidente.
Forman parte, faltaba menos, de la temporada de zopilotes que padece este país.