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viernes, agosto 1, 2025

La presidenta Sheinbaum y el Club de los Traidores

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La política no es inamovible.

Los políticos, sí.

Todos inician una administración en idénticas condiciones.

Unos, incluso, con mejores astros a su favor.

Es el caso del gabinete y el entorno de la presidenta Sheinbaum.

Detrás suyo llegaron, en el proceso interno de Morena, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Gerardo Fernández Noroña, Manuel Velasco y Ricardo Monreal.

Adán Augusto y Monreal fueron enviados a posiciones privilegiadas: las presidencias de las juntas de coordinación política del Senado y de la Cámara de Diputados, respectivamente.

Ebrard entró al Gabinete en calidad de discreto secretario de Economía.

Noroña pataleó y chantajeó y fue puesto en la Presidencia de la Mesa Directiva del Senado.

Velasco sólo repitió como senador.

En este primer momento, la presidenta tenía fundadas sospechas de que Ebrard podría jugarle sucio, una vez que durante la precampaña fue quien más irregularidades señaló.

Y no lo hizo con voz suave.

Los otros, en cambio, le generaban mayor certidumbre, y, en consecuencia, ellos tenían mejores posibilidades de transitar.

El tiempo pasó.

Noroña, pronto, se volvió un dolor de huesos.

Una especie de fémur, que es un hueso largo y fuerte, y, cuando se fractura, causa un dolor intenso y prolongado.

En cada aparición pública, cometía un error (verbal, político o de imagen).

Pronto terminó siendo todo aquello que combatió cuando fue legislador de oposición.

Su lengua larga —de oso hormiguero (de hasta 60 centímetros)— empezó a ser poblada por todo tipo de bichos y bacterias.

El ridículo y sus malas maneras se volvieron su pase a la Historia Universal de la Infamia.

Adán Augusto y Monreal iniciaron, sin ponerse de acuerdo, una doble guerra intestina en contra de los mandatos de la presidenta.

Las iniciativas y las instrucciones que salían de Palacio Nacional eran mutiladas o desobedecidas tanto en el Senado como en san Lázaro.

Los confiables, pues, se volvieron muy poco confiables.

Hoy están en su nivel más bajo.

Monreal, incluso, ya anunció que se baja de la carrera por la Presidencia en 2030.

Adán Augusto, en cambio, pasó de vivir en el Delirio del Poder a la Zozobra.

El primero es una residencia de lujo.

La segunda, es un departamento pequeño.

Hoy, más que nunca, su futuro vive en la palabra in–cer–ti–dum–bre.

(Lejos quedaron los tiempos en que organizaba desplantes ante la presidenta Sheinbaum, como aquél, ocurrido en el zócalo de la ciudad, cuando él y otros —Andy, Monreal, Luisa María Alcalde y Alejandro Esquer— se tomaron una selfie y le dieron la espalda a la huésped de Palacio Nacional).

Velasco inició como aliado, y está terminando como lo que siempre ha sido: un vulgar ambicioso cruzado de oportunista y desleal.

A espaldas de la presidenta, negoció con Adán Augusto y Monreal para que las sombras del nepotismo y la reelección fuesen enviadas hasta las elecciones de 2030.

Marcelo Ebrard es el único que se mantiene firme, y siempre al lado de la doctora Sheinbaum.

Desde el primero momento, se metió de lleno en un trabajo discreto frente a los manotazos en la mesa del presidente Trump.

Y cuando la traición se movía más fuerte fuera de Palacio Nacional, él siguió perseverando en las negociaciones encargadas por la presidenta.

En la antesala de la renovación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá (TMEC), la presidenta y Ebrard están llegando con las mejores armas y los mejores escenarios de negociación.

El estilo de la doctora Sheinbaum lo sigue al pie de la letra el secretario de Economía.

Y eso le gana bonos.

Y confianza.

Y a él le ha dado certidumbre.

Hagamos un escenario de periodismo ficción:

¿A quién le entregaría la presidenta, hoy por hoy, el bastón de mando de todos los aquí nombrados?

Sabio como es, el hipócrita lector conoce la respuesta.

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