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domingo, octubre 6, 2024

La película porno del PRI y el PAN

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El 8 de julio de 1976 —hace 48 años—, el presidente Luis Echeverría metió la espada en el cuerpo de un animal herido: el diario Excélsior.

Don Julio Scherer García, su director, salió de la asamblea del brazo de Gastón García Cantú, el articulista que generó la ruptura con el presidente, y con el tiempo fundó la revista Proceso.

(Vicente Leñero escribió una novela genial sobre esos hechos: ‘Los periodistas’).

Cosa curiosa: sin tener ese aniversario luctuoso en la cabeza, me puse a releer el libro que Scherer escribió sobre Felipe Calderón (‘Calderón de cuerpo entero’), en el que lo describe en su infinita pequeñez.

En una parte del libro, Gustavo Carvajal, exdirigente del PRI, le cuenta a don Julio que Calderón y él habían sido compañeros de curul en San Lázaro, y que, como gentileza de colegas, se le ocurrió regalarle una caja de puros, misma que el panista rechazó furioso.

“Mi padre me enseñó a odiar a los priístas”, le dijo Calderón al tiempo de untarle en el rostro que nunca, jamás, aceptaría nada de algún miembro del PRI.

Ese odio fue cambiando con el tiempo.

¿O cómo se puede interpretar que, en las elecciones de 2012, nuestro personaje jugó sus cartas en favor del priísta Enrique Peña Nieto, en demérito de la panista Josefina Vázquez Mota?

Con los años, el PRI y el PAN se fusionaron hasta los huesos y el cuajo, y crearon un Frankenstein denominado PRIAN.

Eso significó un acto de travestismo brutal.

Es decir: el PRI se puso las pantaletas y las zapatillas del PAN, y éste se metió en las botas y los calcetines del PRI.

El maridaje fue una pésima idea.

Fue como mezclar leche con pozole.

Los panistas odiaron a los priistas durante décadas y los acusaron de ser corruptos, cochinos y trompudos.

En tanto, los priistas no bajaron de señoritos y mochos a los panistas.

Una vez que se fusionaron, a muchos se les cayó la cara de vergüenza.

No obstante, tragaron hostias, bebieron tepache y se fueron a hacer campaña juntos.

Fueron escenas pervertidas las que vimos.

Juntos, revueltos, montados unos sobre otros, los prianista presumían su orgía electoral en público y en privado.

Y todo iba bien hasta que todo empezó a ir mal.

La derrota del 2 de junio les abrió los ojos.

El concubinato fue, admitió Marko Cortés, una mala idea.

Y lo dijo en plena confrontación con el prianista Javier Lozano.

Olvídese el hipócrita lector del PRIAN para siempre.

Nunca más los volveremos a ver juntos, empiernados, en boleta alguna.

El PAN volverá a los conventos y el PRI a los burdeles.

Uno será leche hervida.

Pozole rojo, el otro.

La orgía que tuvieron fue sólo un parpadeo en su radar.

 

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