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miércoles, diciembre 18, 2024

La más amarga navidad de un exfuncionario

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En su casa de La Vista, Alfredo Arango tenía ganas de cancelar la cena de Noche Buena de aquel 2011.
Karla Torrecilla, su mujer, mandó comprarla a El Desafuero, uno de los restaurantes favoritos del aún secretario de Salud. Además, decoró la mesa en el mejor estilo vintage, con sillas de Coton et Bois y cristalería vintage de Bonvent. Al centro de la mesa colocó una flor de Pascua con velas enormes, traídas directamente de un mall de San Diego. Una guirnalda vegetal —confeccionada con ramas de hiedra— cerraba el círculo de la elegancia. Al ver todo esto, Arango no tuvo corazón para pedirle que se cancelara la cena.
Los dos invitados —compadre y comadre del secretario— llegaron con vino Concha y Toro, que, al abrirlo, resultó avinagrado, así como varias sidras Santa Claus. Arango estaba metido en sus pensamientos y, en consecuencia, aislado de todo. Prefirió beber tequila Don Julio añejo a lo largo de la noche. Karla le preguntaba constantemente qué le pasaba. “Nada”, era la respuesta seca, lacónica, solitaria.
Karla les habló de sus tiempos en Televisa, donde participó como lectora de noticias. También les contó que en una época fue hostess del restaurante La Mansión.
Por la cabeza de Arango pasaban la advertencia de Adolfo Karam en el sentido de que una vez que llegara enero lo enviarían —en calidad de interno— al Cereso de San Miguel. De poco servían los brindis que su compadre hacía con el resto de la mesa. Menos aún las carcajadas que salían de la mesa vintage.
—Ora sí me tienes asustado, compadrito. ¿Qué chingaos te pasa? Has estado mudo toda la noche.
—Nada, nada. Todo bien. Salud a todos.
Hacía las tres de la mañana, sin probar apetito, Arango le pidió a su compadre que le abriera otra botella de tequila. Le dio un trago a su enésimo caballito, chupó limón con sal y, por fin, narró el drama que estaba viviendo. Una vez que terminó ese relato de terror, Karla soltó un chillido. Y no pudo contener el llanto. Arango la abrazó. Su compadre soltó una mentada en contra del gobernador Moreno Valle.
Al fondo sonaba una viaja canción de Julio Iglesias: Me olvidé de vivir.
Arango dijo que eso no quedaría así y les compartió una idea: irse a Costa Rica y quedarse ahí todo el sexenio. Luego, sin que nadie lo rebatiera, la desechó. Planeó entonces irse a Canadá o a cualquier otro país que no tuviera tratado de extradición con México. También tiró a la basura esa idea. Entonces se puso de pie y entre zigzagueos se dirigió al baño. Demasiado tarde. Terminó vomitándose en una maceta de gardenias.

*

En La Vista hay veces que no se oye ni el silencio.En la casa de Alfredo Arango sólo se escuchaba el taconeo de Karla Torrecilla. El secretario de Salud se guardaba hasta la respiración. No quería pensar, pero pensaba. Cosas atroces, por cierto. Incluso la idea del suicidio llegó a volar por su mente durante algunos días.
En la desgracia escasean los amigos. Nadie le toma las llamadas a un moribundo. Nadie responde los mensajes de texto. El silencio es más abrumador en la desesperanza.
Arango le habló a su compadre para invitarle un trago. Necesitaba hablar con alguien.
Llegó una hora después de lo acordado. En la desgracia no existe la puntualidad.
Tomaron tres copas en quince minutos. Necesitaba embriagarse para entender el mundo.
—Nadie me toma las llamadas, compadre. No existo. Ya soy un cadáver flotando en el
Atoyac.
—¿A quién le has hablado, compadrito?
—A mi compadre el exgobernador.
—¿Y no te responde?
—No. Le he escrito mil mensajes de texto, y nada. Le marco, y nada. Estoy pensando en ir a su casa, pero me lo van a negar.
—Creo que se fue a Europa o a Cuba. Quién sabe a dónde, compadrito.
—No duermo. Todas las noches pienso que van a entrar los ministeriales y que me van a llevar a San Miguel.
—Ay, compadrito… ¿Y del lado de Moreno Valle te has sentado con alguien? Plantea un acuerdo y denuncia a todos. ¡Chingue a su madre! ¡Es tu vida o la de los otros! ¡Más vale que lloren en sus casas y no en la tuya!
—Hasta hace un mes pensé que todo iba a bien, pero de un día para otro me empezaron a cancelar las comidas y las cenas. Luego dejaron de tomarme las llamadas. ¡Son chingaderas!
Todo parecía estar en calma en Puebla. Los periódicos no traían grandes temas salvo los naturales. El conflicto de Valle Fantástico revivía de pronto para volverse a morir. En
alguna columna leyó Arango que irían tras él antes del primer informe del gobernador. Era un trascendido solamente, pero lo intranquilizó. El columnista terminaba su dicho con el clásico “es pregunta. Conste”.
Sus excompañeros de gabinete no le tomaban la llamada. Se sintió dentro de una película de Coppola: abandonado, hecho a un lado, víctima de una traición. Intentó ver televisión. Imposible. Su mente no lo dejaba en paz. Karla lo veía a media distancia. No quería exponerse a las malas respuestas que últimamente estaba recibiendo. Tampoco quería salir.
Una vez sintió las miradas morbosas de la gente en un restaurante de Angelópolis y prefirió retirarse. Últimamente no dejaba de pensar en una frase: “No hay que nombrar la soga en casa del ahorcado”.
(Continuará).

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