Los debates entre candidatos no sirven de gran cosa.
De entrada, no alteran las simpatías o diferencias.
No cambian, pues, la ruta de una elección.
Salvo que ocurra una catástrofe, como la que vivió Cuauhtémoc Cárdenas frente a Diego Fernández de Cevallos en 1994, los participantes se mantienen prácticamente igual en las tendencias electorales.
El debate de este domingo evidenció algunas cosas.
El formato, bastante cuadrado, me hizo recordar los debates del medievo, cuando los moderadores no podían intervenir más allá de mal leer o balbucear las preguntas dirigidas a los candidatos.
(En el colmo de la tontería, Manuel López San Martín —uno de los moderadores— no les llamó candidatos, sino “candidaturas”. Y lo hizo al principio y al fin de la transmisión).
Los debates de 2018, por ejemplo, fueron de primer nivel porque los formatos eran abiertos, tanto así que los moderadores no se quedaban conformes con las respuestas y se metían a fondo.
Un buen moderador debe contribuir al debate interrogando a los candidatos sin piedad.
Los moderadores de este domingo —Denise Maerker y López San Martín— actuaron como publirrelacionistas en busca de trabajo.
Fueron a quedar bien con la próxima presidenta de México.
El candidato de Movimiento Ciudadano, un tal Máynez, fue a mostrar de qué está hecho.
La respuesta es una: está hecho de nada.
No hubo una sola idea medianamente inteligente, alguna ironía fina, algún guiño que nos hiciera ver que dentro de su cabeza habita cuando menos una quesadilla de sesos.
Nada.
Es un meme perfecto.
Xóchitl Gálvez acudió vestida de Ángela Merkel sin la inteligencia de Ángela Merkel.
El puro bulto sirve de poco si no hay sustancia.
En su ya tradicional infinitivo sioux, la candidata del PRIAN evidenció que en su cuarto de guerra sólo están ella y Max Cortázar.
Es decir: nadie medianamente inteligente que le ayude de vez en cuando a articular propuestas o programas de gobierno.
Metida en una dualidad esquizofrénica, la Merkel de raíces indígenas terminó por recitar ideas huecas, aburridas y solemnes.
Y cuando entró en la ruta de la beligerancia, lanzó pastelazos en el mejor estilo de Gaspar Henaine, Capulina.
Nada que hiciera temblar a Claudia Sheinbaum.
Siempre he creído que la señora Gálvez tiene la gracia de un alburero venido a menos.
Ignora que el albur no gana elecciones.
Claudia Sheinbaum, por su parte, acudió al debate montada ya en el caballo presidencial.
Todo en ella enviaba señales de que ya ganó la elección del 2 de junio.
Su sobriedad lució frente a la Ángela Merkel hidalguense.
No entró en confrontaciones, evadió las bravatas y fue la única que expuso apuntes para un programa de gobierno.
¿Parece poco?
No lo es.
Y menos en un contexto como el descrito anteriormente.
Claudia Sheinbaum actúa ya como presidenta de México.
(Es la única que sabe de qué trata su campaña).
Bajarse al nivel de sus contendientes hablaría mal de ella.
La aduana para llegar a Palacio Nacional es exigente.
La candidata de Morena y aliados conoce bien los protocolos.
Y sabe, por encima de todo, que para cruzar el Rubicón no hay que distraerse con la pipitilla, y menos con los parias.