Hay días amargos.
Este martes 13, vía celular, me despertó la voz de Nacho Juárez con la noticia de que el gobernador Barbosa había tenido un infarto.
—Un infarto leve —matizó.
—¿Pero está bien? —pregunté somnoliento.
—Al parecer está estable —quiso darme ánimos.
Eran las 10:35 de la mañana.
Yo había despertado a las 5:30, como todos los días, para enviar la versión pdf de Hipócrita Lector a mis contactos en WhatsApp y para subir la información a las redes sociales.
A eso de las 9 de la mañana, caí dormido viendo la televisión.
Cuando desperté, encontré dos llamadas perdidas de Nacho y el mensaje “Llámame en cuanto puedas”.
Así lo hice.
Fue entonces que a bocajarro me preguntó si estaba enterado de lo que había sucedido.
Cuando cerramos la conversación supe que, en las condiciones de salud del gobernador, un infarto leve es brutal.
Y lo supe porque recordé los casos de algunos familiares que murieron en esas condiciones.
En Google, ya metido en la incertidumbre, encontré noticias al respecto.
En todos los portales médicos que revisé hallé conclusiones similares.
Un infarto puede ser peligroso para cualquier ser humano, pero es mortal tratándose de personas con diabetes.
(Éste era el caso del gobernador).
Hice varias llamadas con amigos comunes.
Algunos me dijeron que desde el domingo empezó a sentir una dolencia en el brazo izquierdo, pero que un médico dijo que tenía que ver con algo muscular.
Al día siguiente, pese a que tenía el arranque de una exposición “inmersiva” en el Museo Barroco —con Hugo Scherer y Luis Mandoki—, ya no acudió a la cita.
No se sentía bien.
El fin llegó el martes 13.
La fuerza del destino cambió sus planes y lo metió en ese sótano oscuro que son los infartos.
¿En qué momento colapsó?
Nadie lo sabe.
Nadie lo sabrá.
Y mientras él iba al “muere” —Borges siempre aparece en los momentos más terribles—, las redes sociales se empezaron a llenar de zopilotes.
Zopilotes que se lamían los bigotes, zopilotes que confunden la información con los bajos deseos, zopilotes que empezaron a buscar el mejor traje negro para celebrar su muerte.
Lo peor y lo mejor de la gente sale en momentos así.
Lo peor emergió durante varias horas con toda clase de bajezas.
De pronto descubrí en mensajes de “amigos”, vía WhatsApp, una villanía inesperada.
Recordé una escena similar ocurrida el 24 de diciembre de 2018, cuando se cayó el helicóptero en el que viajaban Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle.
La misma saña, el mismo veneno, pero con distintos destinatarios.
No dudé en bloquear a esos “amigos” que sacaban lo peor de sí en estos momentos.
¿Cómo pude desayunar o comer con ellos?, pensé.
¿Cómo pude considerarlos parte de mi vida?
Uno es lo que son sus amigos.
Uno es la amistad que recibe.
Uno es el lenguaje y las expresiones que nacen en el templo de lo terrible.
Sentí asco.
Regresé a Google para buscar luces de esperanza.
Fue inútil.
Todas las referencias eran mortuorias.
Volví a las redes.
Los escupitajos iban al alza.
Qué país estamos construyendo, me dije pesimista.
Uno es la violencia de la calle.
Las horas pasaron.
Buscaba respuestas telefónicas.
Mis amigos compartían su propia incertidumbre.
Le escribí a otro amigo cercano.
—¿Sabes algo del gobernador?
—Vamos rumbo a la Ciudad de México.
—¿Cómo va de salud?
—La cosa se descompuso.
No escribió nada mas.
Su silencio me dijo todo.
Mis manos, heladas, tocaron mi rostro, también helado, en busca de respuestas que movieran algo.
Pensé que estaba dentro de una pesadilla.
Una pesadilla en forma de un vagón de tren.
Un tren perdido en una noche de neblina.
A eso de la una de la tarde, prendí el televisor para ver Argentina-Croacia.
Jamás había visto un partido tan triste en mi vida.
Las voces de los narradores sonaban huecas.
Messi no me decía nada.
Seguí buscando noticias en las redes.
Los zopilotes volaban cada vez más bajo.
El festín apenas empezaba.
Messi metió un gol y me quedé callado.
Mi mente estaba en la imagen de mi amigo el gobernador siendo víctima del infarto.
Una mujer que trabajó a su lado en el Senado habló en un tuit de muerte cerebral.
Y lo hizo de una forma despectiva.
Ése, me dije, es el color de la mierda.
La ruindad tenía fiesta en las redes.
Subí a mi auto y me fui a La Tropical Caliente para hacer el programa Sencillamente Hipócrita con Alejandra Gómez Macchia y Gerardo Tapia.
Cuando llegué ahí era un fantasma.
Algo en el ambiente bañaba la tristeza.
Iniciamos leyendo el boletín del gobierno del estado en el que se decía que el gobernador se encontraba estable.
Fue inútil.
No nos dio ánimos.
Nos fuimos en contra de los zopilotes, pero estos se cebaban en su festín.
Mi celular no dejaba de sonar.
Tuits, mensajes de WhatsApp, llamadas telefónicas.
De reojo veía lo que el presidente López Obrador confirmaría después:
“Mi compañero Miguel Barbosa ha fallecido”.
Recordé la noche de octubre en que murió mi madre.
Recordé momentos entrañables con quien ya no estaba entre nosotros.
La última vez que comimos se veía pleno y feliz.
Y cómo no si en un año y medio había cambiado las circunstancias políticas del estado.
Triunfo tras triunfo hasta llegar a un mirador desde el que se veían las batallas por venir.
Estaba, me dije, en el mejor momento de su vida.
Era un hombre feliz, amoroso con su familia.
Desde su silla de ruedas había movido Puebla.
Descansa siempre en paz, querido amigo.
*
El 23 de agosto de 2019, poco tiempo después de haber asumido la gubernatura, Miguel Barbosa Huerta y yo mantuvimos una conversación pública en el auditorio del hotel en el que vivió dos años: el Crowne Plaza de la avenida Hermanos Serdán.
Ante cuatrocientas personas, hablamos durante dos horas de los más diversos temas.
En un momento, fiel a su personalidad, el gobernador me increpó sobre las críticas publicadas en el periódico 24 Horas Puebla, que dejé de dirigir a finales de ese año.
Textualmente me dijo ante los azorados asistentes: “¡Tú también me atacaste, Mario Alberto!”.
Casi tres años después, en el contexto de una quinta conversación maratónica, me dijo lo mismo.
No faltó quien rescató ese fragmento para escandalizarse.
Eso dice mucho de la opinión pública que medra en Twitter.
Llevan tres años de atraso en muchas cosas.
Eso habla también de las limitaciones de quienes hicieron los más diversos comentarios o le dieron “me gusta” al fragmento del video, mismo que se encuentra íntegro en el muro de Facebook de Hipócrita Lector.
(Como no está en mis genes la censura, menos aún está la autocensura).
Por curiosidad me metí a ver quiénes lo replicaron o le dieron “me gusta”.
Encontré una fauna muy curiosa formada por tuiteros a los que siguen 90 o 100 personas, periodistas dolidos conmigo, reporteros del montón, aspirantes a periodistas sin talento, analfabetos funcionales, ex jefes de prensa del marinismo, tuiteros sin nombre real, un ex oreja de Gobernación, choferes (con todo mi respeto para quienes se dedican a ese noble oficio), aviadores que usan a sus hijos para cobrar la quincena, etc.
Con ninguno de ellos me iría a platicar a un bar porque a la segunda copa vomitarían toda clase de exabruptos.
Qué le vamos a hacer.
Estamos ante un escenario de parias.
Cuando Eukid Castañón fue aprehendido en marzo de 2020 fui el único de sus amigos que escribió una columna reivindicando nuestra amistad.
Los ladridos no escasearon.
Quisiera debatir con mis malquerientes pero no se atreven.
Lo suyo es atacar desde las sombras.
Y así francamente no se puede.
Para que haya debate se requiere un mínimo de ortografía, un mínimo de valor y un mínimo de conexión con el cerebro.
Si esos mínimos no se cumplen es imposible hacerlo.
Hoy veo a esos personajes lamerse los bigotes.
La muerte del gobernador Barbosa es el motivo de su júbilo.
Qué puercos, qué cerdos, qué marranos.
*
Al final de la última entrevista maratónica que le hice, el gobernador me dijo que se retiraría de los cargos públicos pero que seguiría opinando de la política nacional.
No se iría de Puebla.
Aquí seguiría viviendo.
Y no se metería en absoluto en los temas locales ni aconsejaría a los actores políticos.
Lo primero que haría al dejar la gubernatura será recorrer en auto, junto con su familia, los pueblos de Sicilia, Italia, incluyendo Corleone, el mítico lugar que dio origen a la saga de “El Padrino”, su película favorita.
—¿Te ganará la nostalgia cuando dejes Casa Aguayo? —le pregunté.
—Ufff. ¡Sí! Claro que me va a invadir. Aquí he pasado momentos maravillosos de mi vida —respondió.
Hoy su oficina es el lugar más triste del mundo.