Una noche, en Huauchinango, unos grandes amigos que me dieron hospedaje en su casa me alertaron sobre los ruidos de la noche en esa zona de Ciudad Hamburguesa:
—Ojalá puedas dormir bien. Ponte algodón en los oídos para que no escuches el ruido de las motos.
—¿Pasan muchas por aquí?
—Todo el tiempo. Sobre todo, en las madrugadas.
—¿Y a qué se debe?
—Van a entregar sus ‘encarguitos’.
(Risas).
En efecto: en Ciudad Hamburguesa (el Centro Histórico huele a ese nuevo ‘plato típico’ gracias a las decenas de puestos que abarrotan el jardín), buena parte de quienes viajan por las noches en motocicletas van a dejar sus ‘encarguitos’: ya sea entregas rápidas de marihuana o pedidos al menudeo de huachicol.
Eso lo sabe todo mundo.
Lo saben los vecinos, lo saben los policías, lo saben el presidente municipal y su Cabildo.
¿Qué hacen?
Nada.
Hacen como que no oyen y no ven.
Es parte del negocio.
Los huachicoleros y los narcomenudistas dan su ‘moche’, y todo transcurre con normalidad.
El espectáculo nocturno en ciertas zonas de Ciudad Hamburguesa es atroz:
Motociclistas por todos lados: jugando carreritas, rebasando impunemente, dueños de un sonido asociado, inevitablemente, a los oficios más sospechosos del mundo.
Y todo con el aval del ‘inútil’ del alcalde.
(El pueblo, siempre sabio, así lo bautizó).
Los ‘voceros’ de las causas perdidas. En la Mañanera de Palacio Nacional, algunos de los reporteros que llegan ahí lo hacen en papel de ‘representantes’ de algo o alguien, o algunos.
(Hay voceros de los migrantes, de los trabajadores de salud, de los desposeídos, de los que no fueron invitados, de los que llegaron tarde a una fiesta y no los dejaron entrar, de las madres solteras, de los obreros de la construcción, de los campesinos, de los asalariados, y hasta de los padrotes en desgracia).
En ese papel, exponen el caso ante la presidenta Claudia Sheinbaum, dejan un manifiesto con las demandas del mes y agradecen en nombre de los supuestos representados.
¿Cuánto cobran por tan franciscana obra?
Es un enigma.
En mis tiempos de reportero, en la Puebla levítica, había un decano de los medios que solía quejarse al final de las ruedas de prensa con la siguiente expresión: “¿Y el pueblo dónde queda?”.
Era un reclamo legítimo que el reportero hacía sin facturar.
También acudían, a dichas ruedas, los inevitables ‘orejas’ de Gobernación, quienes estaban muy lejos de ser hostiles o amenazantes.
Incluso eran bien vistos por quienes reporteábamos en los entrañables años noventa.
No sé si ahora en Puebla exista la fauna de ‘representantes’ de todo lo que se mueva.
Lo cierto es que entre los ‘orejas’ y éstos, me quedo con los primeros.