Una fuente me escribe vía WhatsApp que ya descubrió quién está detrás de una cuenta que insistentemente ha estado picándome las costillas en Twitter.
Como es ‘información confidencial’, me tiene que dar los datos en una cafetería.
Quedamos de vernos.
(Esta trama ocurrió hace algún tiempo).
La invitación se da una vez que, minutos atrás, yo había trazado el perfil del golpeador anónimo.
¿Cómo lo describí sin decir su nombre?
Como un tipo mediocre, apocado, servil y traicionero.
¿En qué me basé?
En que, años atrás, había trabajado conmigo como reportero en uno de los medios que he dirigido.
Como reportero era precisamente eso: mediocre, apocado y servil.
Lo de traicionero lo descubrí con los años.
¿Qué favor le había hecho que hablaba tan mal de mí?
Muchos.
Justo, pues, lo acababa de describir (arrobando al golpeador anónimo que se escudaba en una cuenta de Twitter), cuando vino la invitación a tomar un café de parte de alguien que decía tener información privilegiada sobre el verdadero responsable.
Lo primero que me dijo mi interlocutor fue que no era quien yo pensaba.
Y escupió su nombre.
(El del tipo mediocre, apocado, servil y traicionero).
—¿Cómo sabes que es a él a quien me refiero? —pregunté intrigado.
—Entre gitanos no nos leemos la mano —asentó.
Y escupió otro nombre: el de alguien que yo no tenía en el radar.
Y me llenó de datos técnicos y otras lindezas.
Al paso del tiempo, descubrí que mi fuente era amigo del tipo mediocre, apocado, servil y traicionero.
Confirmé mi tesis.
(Por cierto: el golpeador anónimo es muy cercano a alguien que tiene intereses políticos en Puebla).
A partir de entonces, todos los días leo los tuits del reportero que trabajó conmigo y los de su alter ego: el golpeador anónimo.
Las similitudes son brutales: ambos escriben mediocremente y tienen profundas coincidencias políticas.
Espero que, algún día, la Ley de Ciberseguridad los alcance a ambos.