¿Qué estará haciendo en estos días el expresidente López Obrador?
No se fue a Palenque todavía.
Tuvo una primera parada en su casa de Tlalpan, pero los días que le siguieron los reporteros que lo acosaron al principio abortaron el tema.
Si está en esa casa, ¿qué hace?
¿Conversa con los vecinos?
¿Acude a las juntas vecinales?
¿Lava el Jetta blanco propiedad de su esposa Beatriz?
¿Comenta el estado de tiempo?
Imaginemos su estancia en privado.
¿Habla por teléfono con alguien?
¿Come tamales de chipilín?
¿Chatea con alguien?
Durante su gobierno se suspendieron dos canonjías que tenían los expresidentes: la pensión vitalicia y las escoltas para ellos y sus familiares.
¿Quién le cortará el cabello ahora?
¿Acudirá a la peluquería “El santuario” que está a la vuelta de su casa?
¿Acompañará a Betty al Mercado “La paz”, uno de los más antiguos de la ciudad?
¿Mirará series?
¿Se meterá a Twitter?
¿Recibirá visitas?
Es un enigma.
¿Qué hace un hombre con tanto poder los primeros días de su jubilación de la vida pública?
Qué complicado.
Lo primero que hacen los petroleros jubilados de Huauchinango es salirse de sus casas y reunirse en una banca del sucio y horrible jardín municipal.
El olor a hamburguesas invade el primer cuadro del Centro Histórico, cosa que atrae a los perros callejeros.
(A buena parte de esos perritos los están matando con el aval del ayuntamiento que preside un sinaloense).
Ya situados en su banquita del jardín, los petroleros jubilados se ponen a hablar pestes de las corruptelas del líder de la sección 39 y de lo sucia que está la ciudad.
(Comen cacahuates hervidos mientras acaban con la escasa honra de las autoridades).
Y así se les va la vida.
Con el tiempo empieza la temporada de difuntos.
Y la charla gira sobre el muertito del mes.
Una vez agotada la agenda, regresan a sus casas un poco malhumorados, razón por las que sus esposas les dicen a sus amigas que “desde que está de huevón no lo calienta ni el sol”.
Es dura la vida de los trabajadores, pero es más dura la vida de los jubilados.
Claudia Sheinbaum tiene una agenda brutalmente robusta.
En cambio, el expresidente ni siquiera agenda tiene.
Y lo peor del caso es que no puede irse a sentar al jardín de Tlalpan con los expresidentes mexicanos, pues todos se fueron a vivir a Madrid.
Y, por cierto, no se sentarían con él porque habló muy mal de ellos en su sexenio, y no lo quieren.
Sólo Peña Nieto no tiene agravios en su contra, y, si fuera el caso, sí se sentaría con él en una banquita a comer cacahuates hervidos y a hablar mal de las autoridades.
¿Pero de qué se puede hablar con Peña Nieto?
Qué complicada es la vida de los jubilados.