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miércoles, junio 26, 2024

El día en que Claudia Sheinbaum llegó a Palacio Nacional (un ejercicio de periodismo ficción)

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César Yañez le dijo a Claudia Sheinbaum que el presidente López Obrador quería hablar con ella.

Eran las 4:55 de la tarde del domingo 2 de junio.

La doctora y sus cercanos estaban en la casa de campaña de Sevilla 716, colonia Portales.

El diálogo fue breve pero revelador.

El presidente le dijo que, según sus encuestas, había superado a Xóchitl Gálvez por veintiún puntos.

Ella, metida en la mesura, agradeció la información y concluyó el intercambio con un “gracias, querido presidente”.

Él correspondió el gesto con un “felicidades, presidenta”.

Sin evidenciar su júbilo, volteó a ver a Jesús María Tarriba, su esposo, y le guiñó el ojo.

Luego sonrió y respiró profundamente.

Al oído, sólo le cantó unos versos de una canción —la favorita de ambos—: “Nosotros / que fuimos tan sinceros / que desde que nos vimos / amándonos estamos”.

Él entendió el mensaje cifrado, le tomó la mano izquierda, le dio un beso, y le preguntó en susurros:

—¿Por cuántos puntos?

—Veintiuno.

Un abrazo entre ambos fue la señal que todos entendieron.

Mariana Ímaz, su hija, dio un grito de alegría y la abrazó llorando.

Una fila se formó para felicitarla.

Ahí estaban, entre otros, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Juan Ramón de la Fuente, el ministro Zaldívar, Renata Turrent y Olivia Salomón.

La doctora le marcó a su madre, Annie Pardo, y durante el diálogo soltó por fin unas lágrimas.

—¿Dónde será la celebración, señora presidenta? —le preguntó.

—(Risas). En el zócalo, mamita.

 

12 horas antes (el insomnio). La candidata se despertó temprano.

Técnicamente, no había podido dormir.

Toda la noche había estado hurgando en sus recuerdos.

Se tomó un café chiapaneco, preparado en una moledora francesa, y pensó que ése era, sin duda, el día más importante de su vida.

Estela Damián, una de las personas más cercanas a ella, le había enviado un último reporte que incluía información sobre los operativos —ya frustrados— de la ‘Granja san Claudio’ —como llamaban al equipo de Xóchitl Gálvez.

Él nombre tenía que ver con el ‘dueño del rebaño’: Claudio X. Gonzalez.

Dichos operativos incluían robo de urnas, alteración de actas, secuestro de operadores, y todas las lindezas que acostumbraban los prianistas.

La doctora salió de su casa de Tlalpan a las ocho y media de la mañana para votar a las nueve en punto.

Luego se fue a la casa de campaña.

Durante el día sólo recibiría los mensajes del presidente a través de César Yañez, quien no se separó de ella.

Ahí se fue enterando de los primeros números en los nueve estados en los que habría cambio de gobernador.

Supo que, en la Ciudad de México, en Veracruz y en Morelos, las cosas empezaron apretadas, y que, en Puebla, Alejandro Armenta estaba superando desde las primeras horas a Eduardo Rivera por más de veinte puntos.

Sabía que la elección presidencial la tenía en la bolsa, pero su esperanza era que la diferencia fuese de dos dígitos.

El tema de la bicicleta de dos ruedas —como Sabina Berman llamó al voto ‘todo Morena’— era su principal preocupación.

Quería llegar con las dos terceras partes del Congreso en la bolsa para no negociar con Claudio X. González y sus esbirros: Alito Moreno y Marko Cortez.

Los números en este tema no evidenciaban un día de campo.

La bicicleta sólo tenía una rueda antes de la llamada del presidente.

Y así seguiría hasta la madrugada del lunes 3 de junio.

 

3 de la tarde (la depresión). Xóchitl Gálvez estuvo todo el día en su casa de campaña, ubicada en la calle Lafayette, en la colonia Anzures.

Ahí fue pasando del júbilo a la tristeza.

En las primeras horas, cuando le llegaron los números de la Ciudad de México, se puso a bailar de gusto y habló largamente con Santiago Taboada.

Más tarde, cuando las primeras encuestas de salida evidenciaron la diferencia entre Claudia Sheinbaum y ella, una íntima tristeza reaccionaria se fue a vivir a su corazón.

Alrededor de la una de la tarde tuvo una corazonada cuando vio el júbilo de Alito Moreno y Marko Cortez: la presidencia estaba muerta, pero las diputaciones federales y las senadurías gozaban de cabal salud.

Su hijo Juan Pablo le había dicho en la víspera: “Cuando veas que esos cabrones están celebrando, ya perdiste, ‘ma’.

La confirmación llegó a través de Jorge Castañeda: “¡Te chingaron, Xóchitl! ¡Este arroz sólo se está cociendo en el Congreso! Pero hiciste un gran trabajo, ¿eh?”.

 

6 de la tarde (Palacio Nacional). El presidente estaba concentrado en ponerle las dos ruedas a la bicicleta.

Tenía una, pero no era suficiente.

Con él estaban, entre otros, Jesús Ramírez Cuevas, Marath Baruch Bolaños, Carlos Torres Rosas, Luisa María Alcalde y el titular de PEMEX.

Todos cruzaban datos para saber si la bicicleta estaría completa.

Las reformas del presidente eran indispensables para lo que venía.

En un momento, hacia las once de la noche, López Obrador preguntó por la segunda rueda.

—Ya se ponchó, señor presidente —dijo la voz.

Afuera, en el zócalo, todavía había gente celebrando el triunfo de la doctora Sheinbaum.

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