La ruta periodística se me atravesó en la vida gracias a un hombre sabio que acaba de morir: don César Musalem Jop.

Luego de casi veinte años en la Ciudad de México, regresé una temporada a Huauchinango —mi patria chica.

(Los ojos de una mujer de origen libanés me llevaron hasta ahí).

Sin saber nada de periodismo, inicié un noticiero en la radiodifusora XENG.

¿Su nombre?

‘Tiempos modernos’.

Tomando como base el diario La Jornada, que recién iniciaba —circa 1986—, leía y comentaba notas nacionales e internacionales.

A dicho noticiero llegó un día el delegado del PRI en la región.

Era don César.

Pidió espacio para una entrevista.

Se lo dimos.

Con su brutal carisma, entró a la cabina, me dio un fuerte apretón de mano y se sentó frente a un micrófono.

Yo ignoraba todo lo relacionado con la política en esa época.

A duras penas sabía que el gobernador del estado era un hijo pródigo de Huauchinango: Guillermo Jiménez Morales.

Fuera de eso, nada conocía de la trama poblana.

Presenté al licenciado Musalem y le hice un par de preguntas sobre su estancia en la región.

Respondió muy en su estilo: directo y conciso, y con esa voz sonora que era ideal para la radiodifusión de la época.

En menos de dos minutos, él empezó a llevar la entrevista.

Y es que detectó de inmediato que estaba ante un ignorante de la política local.

Él se hacía las preguntas que respondía con una mezcla de espíritu ateniense y espartano.

(La antigua Grecia fue su patria intelectual durante muchos años).

Al concluir la charla, me invitó un café.

Ahí ocurrió algo que cambió mi vida.

Palabras más, palabras menos, don César me dijo que era una lástima que un espacio radiofónico fuese tan desperdiciado.

Y es que no daba crédito cómo, en una región tan viva políticamente, yo perdiera el tiempo del noticiero comentando temas nacionales e internacionales.

“La gente quiere saber lo que pasa en su pueblo. Ahora sé por qué nadie escucha tu noticiero”, dijo en su estilo bélico, pero generoso.

Y agregó:

“¡Toma una grabadora, métete al mercado municipal y pregúntales a los locatarios lo que piensan de su alcaldesa! Ahí vas a encontrar una gran nota”.

Seguí su consejo.

El resultado fue brutal cuando presenté las opiniones en el noticiero.

La presidenta —mi tía Menén— reaccionó colérica.

A partir de entonces la polémica se fue a vivir al noticiero.

Y por esa ruta continué durante algunos años.

El espacio que nadie escuchaba —salvo mi novia de origen libanés— se convirtió en un foro polémico y central de la política en la región.

Y todo gracias a don César Musalem Jop.

Ese noticiero me catapultó a Puebla, donde seguí viendo regularmente a un orgulloso don César, quien presumía a diestra y siniestra que un consejo suyo había cambiado mi destino.

Sin él, lo tengo claro, el periodismo no habría llegado a mi vida, y yo habría sido derrotado, tarde o temprano, por esos ojos libaneses que tanto me inspiraron en su momento.

Ahora que Raúl Castillo me escribió para informarme de la muerte de don César, pasaron por mi mente —además de la historia que acabo de narrar— esos versos de profundos de Miguel Hernández:

“Se ha muerto como de rayo César Musalem / a quien tanto quería”.

Hace algunas semanas recordé con Enrique de Jesús Pimentel, el mejor poeta poblano, que nos habíamos conocido gracias a don César.

Y no faltó en nuestra comida —en la que estuvieron mis muy queridas María Clara de Greiff y Betty Meyer— la añoranza de este sabio que acaba de cruzar la otra orilla para reencontrarse con su ‘amigo del alma, compañero’: el camarada Gabriel Sánchez Andraca.

Descanse siempre en paz.

 

Hay que meterle al despacho, César. La historia la contaba el propio licenciado Musalem.

Una vez que Mario Vargas Saldaña —un gran sabio veracruzano— llegó a hacerse cargo de la elección de Mariano Piña Olaya —en su calidad de delegado regional del PRI—, se dio este diálogo rulfiano con don César:

—¿Quisiera saber, señor, ¿qué me depara el sexenio de mi amigo Mariano?

—¿Cómo te llevas con Jiménez Morales, Alberto, César?

—Bien, señor. Lo saludo y me saluda.

—Hay que meterle al despacho, César.

En efecto: el sabio Musalem nunca fue bien visto por el poderoso don Alberto.

En consecuencia: su paso por ese sexenio fue de bajo perfil.

Hoy, quién lo dijera, con una diferencia de nueve días, fallecieron Jiménez Morales, Alberto, y Musalem Jop, César.

En ese Más Allá de nuestras vidas, espero que ambos tengan la conversación que nunca tuvieron en nuestro inefable Más Acá.