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jueves, diciembre 5, 2024

¿De dónde salió esa moda en México de decirle a todo mundo “querido”?

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Muy serio, casi solemne, León Krauze se pregunta en Twitter:

“¿De dónde salió esa moda en México de decirle a todo mundo ‘querido’?

“Así, sin más.

“‘Claro, querido.  Nos vemos allá’.

“‘Querido, qué gusto verte’.”

Hasta aquí la cita.

La respuesta tiene que ver con las generaciones.

Los machos revolucionarios de este país no se decían “querido” ni “bro”, ni ninguna de esas “mariconadas”.

(Digo “mariconadas” en el sentido machista de la palabra. Como una ironía. Que conste. No me vaya a quemar en leña verde el sagrado Santo Oficio).

Emiliano Zapata saludaba, sin decir palabra, arreglándose el bigote y con un pujido vacuno: “Hummm”.

Villa soltaba su “¡cabrones!” Para todo: cuando llegaba y cuando se iba.

La mayoría de los machos revolucionarios entraba sin saludar y se iba sin despedirse.

Ni las gracias les daban a quienes les ofrecían comida.

Así, un poco mustio, era este país.

Las formas fueron cambiando cuando Tata Lázaro llegó al poder.

Con el cardenismo se multiplicó el “compañero” en sus distintas acepciones: “compañero de sector”, “compañero de partido” o “compañero de sector y de partido”.

Luego vendrían los infaltables “mí líder”, “mi señor” y “mi patrón”.

(En algunas zonas rurales de la política nacional todavía se usan).

Ya con Miguel Alemán —el primer unameño o unamita en Los Pinos— aparece el “licenciado”.

Es decir: el “cho gusto, señor licenciado”.

El término que tanto le molesta a Krauze llegó en los años setenta con los exiliados argentinos que arribaron a México debido al golpe militar de Videla.

Argentinas, argentinos y argentines soltaban a la menor provocación el multicitado “querido” o “mi querido”.

No estaba nada mal.

Y es que ellos venían huyendo de la violencia delirante cuando encontraron un país metido en una adolescencia ingenua, cándida, pero notablemente generosa.

Ese país les abrió las puertas de su casa, entre otras cosas.

Prefiero mil veces el “querido” que el “brooo” o el “hermanito”.

Estos últimos me parecen falsos y me recuerdan a los mirreyes que poblaron el planeta con la llegada del nuevo siglo.

Nunca le creas a alguien que te dice “brooo”.

(Hay excepciones).

El susodicho te va a pedir dinero o te va a robar la cartera.

Dejo para otra ocasión algunas acepciones dignas de estudio como “¿qué pasó, mijo?”, ¿qué pasó, papá?” o la ya clásica “¡qué pasó, mi góber precioso?”.

Nota bene: tras es escándalo Marín-Cacho se puso de moda el ya inmortal: “¿qué pasó, papá? Tú eres el héroe de esta película”.

Pero ésa es otra historia.

 

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