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lunes, septiembre 1, 2025

Crónica de lo que no se vio en el informe de la presidenta Sheinbaum

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Perdidos, filas atrás, Adán Augusto López y Ricardo Monreal escriben mensajes en sus WhatsApps.

Atrás de ellos, dos moneros: el Fisgón (ideólogo de los duros de Morena) y Rapé: sin corbatas, sin trajes, con calcetines de rombitos.

A la distancia, la presidenta Sheinbaum lee de magnífico humor su primer informe de gobierno.

Su atuendo es sencillo, igual que su peinado y su maquillaje.

El color negro de su vestimenta es la metáfora de la sobriedad.

No hay boato.

Es decir: no hay ostentación ni porras ni grititos histéricos.

Todo es republicano.

Técnicamente, es el informe más republicano de las últimas décadas.

Este lunes se fueron varias cosas por el caño de la historia patria: el nepotismo metido en el protocolo, la fastuosidad juarista de los últimos años (modosa, impertérrita, pero inevitable), los aletazos de caguamo (que se negaban a desaparecer), la retórica echeverrista (es decir: tercermundista), el desfile de lugares comunes, los guiños en las primeras filas y, por encima de todo, ese boato que la 4T venía construyendo con las porras que sustituían las ideas.

Adán Augusto, perfectamente peinado, bosteza en la cara de Monreal, quien a su vez bosteza en la cara de Manuel Velasco.

¿Y Noroña?

Perdido en el más allá del ninguneo.

Una vez que se acabó su luna de miel con el poder (que le daba un millón de pesos mensuales para sus chicles y un lugar preponderante en las primeras filas), el senador regresó a su lugar con la pipitilla.

Y en ese mar revuelto, Javier May, gobernador de Tabasco, saluda a Adán Augusto.

Difícil trance.

El que denunció y el denunciado.

Más cínicos que republicanos, estrechan sus manos, y el líder del Senado le da una palmada en la espalda al gobernador en forma de puñal.

O puñalada.

(Para efectos de la crónica es lo mismo).

A un lado —más solo que una verruga en la entrepierna—, Rubén Rocha Moya no sabe por dónde ir, a dónde moverse.

Y es que busca escapar de las murmuraciones que circulan a su alrededor.

Esa cara de angustia no es gratuita.

Slim padre, Slim hijo, junto a Altagracia Gómez, dibujan una época que se está yendo en la zona en la que fueron ubicados.

Slim padre, por ejemplo, ha estado ahí (en Palacio Nacional) poco más de la mitad de su vida.

(Ya en 1984 —tiempos de Miguel de la Madrid— andaba de socio —haciendo negocios— del “tigre” Azcárraga, de los Servitje, de Carlos Autrey y de Antonio del Valle).

Y ha sido aliado de todos los presidentes de los ochenta para acá.

Y a todos les ha prometido lealtad republicana.

(Aunque el dinero carezca de esa cosa).

Y eso lo ha hecho exitoso, millonario y, faltaba más, republicano.

Del PRI al PAN, y ahora a Morena, todos sus caballos —y sus tripas— obedecen a un jinete: el presidente en turno.

Hoy por hoy, faltaba menos, a la doctora Sheinbaum.

“Carlos Slim o el arte del jineteo”, podría llamarse su trama.

Sólo una vez mencionó la presidenta a López Obrador.

(En el contexto de la reducción de la pobreza).

Y no estalló el coro griego de “es un placer estar con Obrador”.

No cualquiera hace una transición como la que está haciendo la presidenta: con mesura, con discreción, muy lejos del boato.

 

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