Hace seis años —el 24 de junio de 2018— publiqué un ejercicio de periodismo ficción sobre el eventual triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador.
Esto ocurrió en el periódico 24 Horas Puebla.
Si bien ya era un hecho que López Obrador tenía todo para ganar la Presidencia, había en el ambiente las más diversas dudas.
Las más recurrentes eran:
¿El Señor Sistema va a entregar el poder sin mover un dedo?
¿El ejército no tendrá tentaciones de última hora?
¿El gobierno estadunidense —en manos del paranoico Donald Trump— cerrará los ojos y dejará pasar el efecto AMLO?
¿No habrá un coletazo de última hora por cortesía del Señor Sistema y los diez empresarios más ricos de México?
En ese contexto publiqué las siguientes líneas:
Beatriz Gutiérrez Müller despertó a su hijo Jesús Ernesto diciéndole al oído: “Este día tu papá se va a convertir en presidente de México”. Luego organizó el desayuno, abrazó a su esposo y se tomó el primer café del día. Minutos después, leyó en silencio un poema de Cavafis que habla de los caballos de Aquiles que lloran la muerte de Patroclo y, sobre todo, ese poema a Ítaca que tanto le gustaba. “Siempre ten a Ítaca en tu mente”, se dijo. Beatriz sonrió y apuntó algunas líneas en su inseparable libretita. Ahí apuntaba todo: lo mismo versos para un poema, que los pendientes escolares de Jesús Ernesto.
La mañana estuvo saturada de llamadas en la casa de los López Obrador. El candidato habló con Ebrard, Alfonso Romo y Monreal. Luego cruzó palabras con el economista Jonathan Heath, quien le deseó la mejor de las suertes. Algo comentó con Beatriz sobre el brillante economista y volvió a las llamadas. Miguel Torruco le dijo que su consuegro Carlos Slim votaría por él. “Me lo confesó anoche que nos despedimos”. También pasó por su celular la voz de Santiago Levy.
—Por pura ley de probabilidades vas a arrasar —le dijo Beatriz.
—¿Por qué lo dices?
—En menos de una hora te han hablado algunas de las mentes más brillantes de este país.
Ambos rieron y se abrazaron. Estaban eufóricos. Algo les decía que ahora sí no habría vuelta de hoja y que las urnas hablarían sin dobleces. Antes de subir a la camioneta que los llevaría a votar, Beatriz anotó un verso de Eliot: “Voy a enseñarte lo que es el miedo en un puñado de polvo”. Más tarde anotaría un verso de Altazor, de Huidobro: “Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo”.
AMLO se instaló en una casa de Coyoacán. Ahí recibiría los reportes de sus operadores. Con su inseparable César Yáñez revisaría también la guerra en las redes sociales. Nuevas llamadas: Jesusa Rodríguez, Elena Poniatowska, el suegro de Emilio Azcárraga, John Ackerman, Paco Ignacio Taibo II.
—Me dijeron que Tatiana (Clouthier) está muy dolida —le confesó Yáñez.
—¿Y ahora por qué?
—Porque no la invitaste al cierre de campaña en Monterrey.
—¿Y cómo la voy a invitar si iba a ponerse a hablar del voto diferenciado? Veinte veces le dije que parara y no hizo caso —reviró AMLO.
Al teléfono estaba Bartlett, quien había empezado a hacer circular la versión de que él y no Olga Sánchez Cordero sería el secretario de Gobernación.
—¿Eso dice Manuel? —preguntó AMLO.
Y soltó una risotada.
—No le alcanza la edad. Ya está más para allá que para acá —agregó.
Reportes de incidentes menores en todo el país llenaron el mediodía. Luego llegó Covarrubias con la primera encuesta. Iba arriba por veinte puntos. La segunda encuesta llegó a las tres. La distancia había crecido a veintidós puntos.
—Esto ya nadie lo para. ¡Este arroz ya se coció! —dijo abrazando a todos.
—¿Qué hay de comer? —preguntó tocándose el abdomen.
—¡Arroz! —fue la respuesta colectiva.
Nuevas noticias: la Sheinbaum ya iba arriba por treinta puntos. Puebla y Veracruz iban abajo. Chiapas y Tabasco estaban en la bolsa.
AMLO comió eufórico mientras le seguían llegando llamadas. Beatriz hacía una crónica de todo entre risas y abrazos. Alguien puso en un iPhone la canción que había escrito para su esposo y cantó algunas estrofas. También pusieron la canción que le grabó Epigmenio Ibarra: “El Necio”.
—Ya me habló Silvio. Que sí viene a la toma de posesión —dijo Beatriz.
—¡Dile que le voy a poner el zócalo para que cante! —gritó AMLO.
Alguien recordó que cuando Fox rindió protesta, Mijares cantó en la explanada del zócalo.
—Pues ahora cantará Silvio Rodríguez —acotó Beatriz.
El suegro de Azcárraga llegó con un iPhone hasta donde estaba López Obrador.
—Te habla mi yerno.
—¡Qué pasó, Emilio!
Azcárraga le dijo que a las ocho en punto, Loret y Denise saldrían cantando su triunfo y que harían una mesa para analizar la jornada.
—¡Salgan de una vez! ¿Para qué se esperan a las ocho?
Ricardo Salinas también le habló para decirle que Alatorre saldría cinco minutos antes de las ocho para decir que AMLO había ganado.
—¡Vamos a violar la ley electoral, pero pago la multa! —agregó eufórico.
Una llamada de Los Pinos le metió un silencio momentáneo a la celebración.
—Lo quiero felicitar por su contundente triunfo, licenciado López Obrador.
—Gracias, presidente.
AMLO diría después que él y Peña Nieto quedaron de verse el martes 3 de julio.
La fiesta ya no paró. Alguien dijo que el Congreso se estaba apretando y que Lorenzo Córdova tenía resultados favorables a la causa en su conteo rápido.
Beatriz anotó un pensamiento suyo en su libretita en medio de un llanto silencioso. AMLO la abrazo y le dio un beso en la mejilla.
—Pronto nos mudaremos a la habitación que tuvo Juárez en Palacio Nacional —le susurró al oído.
La gente estaba enloquecida en las redes sociales y en el zócalo.
El nuevo presidente pidió su Amlodopina y un vaso de agua. Mientras la tomaba, una imagen se le clavó en la mente: sus pies sangrantes y llagados después del Éxodo por la Democracia en los años noventa. En medio del bullicio, respiró profundo y pensó en el Benito Juárez muy afrancesado, muy de guante blanco —que pintó Tiburcio Sánchez de la Barquera—y sonrió ligeramente.
—¿No estoy soñando? ¡Pellízquenme! —dijo entre carcajadas.