La vida es voluble.
Un día es brutalmente flexible y luego todo se apaga.
En el momento que escribo estas líneas, una gran amiga —Rebecca Alcaide— enfrenta una enfermedad difícil —complicada— con un valor inédito.
Y lo hace desde sus treintaipocos años.
Sólo me resta decirle en público lo que le he dicho en el privado de WhatsApp: que su inteligencia y su valentía la sacarán a flote.
Rebecca ha trabajado largos años en el Poder Legislativo federal.
Y se ha preparado para ello.
Hace tiempo fue profesora de mi hija menor y nuestros caminos se cruzaron.
Hicimos radio juntos en algún momento y tuvimos largas comidas hablando, entre otras cosas, de la vida y de los libros.
Cuando supe lo que estaba viviendo, entendí la frase con la que inicia esta historia: la vida es voluble.
Y es que, cuando mejor se le estaban acomodando los astros a Rebecca, se le atravesó una enfermedad.
Una enfermedad a la que derrotará con ese gran espíritu que tiene: un espíritu cuajado en las luces y sombras de una vida intensa, apasionante.
En la película “Nuestro tiempo”, de Carlos Reygadas, un amigo del personaje principal enferma gravemente.
Metido él mismo en un grave conflicto, acude a verlo a su cama de enfermo.
El amigo está rodeado de su mujer y otros amigos, quienes entonan cánticos hindúes entre sonrisas y abrazos, al tiempo de compartir copas de vino y cigarros de mariguana.
Ahí se entera que la pareja optó por abandonar la medicina clínica y se decantó por la medicina natural.
En ese momento, al comparar su tragedia con la de su amigo, el personaje principal entiende que no hay punto de comparación, y rompe en llanto.
Un llanto tierno, sincero: ese llanto necesario que brota de la vida de forma tan natural como la risa.
Ahora que Rebecca me envió algunos mensajes de voz desde su cama de enferma, descubrí en esa voz matices furiosamente vitales que me arrancaron unas lágrimas.
“Qué hermosa y valiente eres”, le escribí emocionado.
Con esa misma emoción escribo estas líneas para ella.