Cuando termino el sexenio de Enrique Peña Nieto, en el 2018, las expresiones sociales de rechazo, a lo que fue su gobierno, no se hicieron esperar y, por otro lado, una mayoría colectiva empezaba a celebrar la llegada de Andrés Manuel López Obrador.
Para el actual sistema político mexicano, dicho
periodo del priismo tuvo poca relevancia, salvo por
los abusos y la corrupción de Peña Nieto, en cambio
ahora, al término del obradorismo, éste genera una
gran cantidad de referencias políticas e interpretaciones sobre su sexenio que acaba.
Se podría decir, que esta etapa fue inédita para
el propio sistema político, por muchas razones y
momentos políticos. Mencionaría su coctel de reformas más su política de atención social para los sectores pobres y marginados del país, que se conjuntaron con su narrativa de confrontación en sus ejercicios mañaneros, entre muchas otras más.
Por otro lado, se puede afirmar, que también se
cierra un círculo de los pocos liderazgos que tuvieron las llamadas fuerzas progresistas en estos últimos tiempos, como fue la dupla de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador.
La propia oposición dejó de tener cuadros dirigentes y liderazgos fuertes que pudiesen competirle a López Obrador. El pasado proceso electoral
demostró lo anterior, su presencia y la fuerza de su
movimiento, arrasó a los partidos opositores y los
llevó a tener una mayoría casi absoluta.
Al ciclo del obradorato, habrá que categorizarlo
como parte de los liderazgos carismáticos de estas últimas décadas políticas y si bien inició desde 1996, después de haber concluido su éxodo por la
democracia. Se visualiza más su protagonismo político cuando fue dirigente nacional del PRD; nadie podrá negar que este partido es quien lo impulsa y hace crecer socialmente.
Más adelante, cuando pierde por tercera ocasión
Cárdenas Solorzano y se termina su presencia moral entre estas fuerzas, hacen jefe de Gobierno de la Ciudad de México a López Obrador y empieza así,
su largo período de un liderazgo popular que lo lleva a su primera candidatura presidencial, después de los intentos de desafuero, que el propio Vicente Fox, impulsó y fracasó.
Estos errores del “foxismo” lo impulsan con fuerza en el 2006, cuando pierde oficialmente por medio punto ante Felipe Calderón Hinojosa. Revitaliza
su necedad por denunciar el fraude electoral y encabeza su resistencia pacífica con un plantón en las calles de Reforma.
Endurece su discurso, se confronta con Calderón Hinojosa, nunca aceptaría su mandato y genera un gobierno alterno.
Vuelve a competir en el 2012, con grandes problemas internos en el PRD, gana en estas elecciones Peña Nieto. Denuncia el uso discrecional de grandes
recursos económicos, por la vía de tarjetas Monex,
en favor del PRI. Después se aleja del perredismo y
abandona su dirigencia, para empezar a construir
su propio movimiento social, que más adelante lo
convertiría en partido político (Morena).
Arriba al 2018, con una candidatura única del
propio partido que construyó, sin problemas internos de corrientes como sucedía en el PRD, con una fuerte estructura partidaria en todo el país y con
alianzas estratégicas con sectores priistas.
Ganó el proceso electoral, derrotando al PAN y
PRI, tomó el poder político de país en sus manos y lo
primero que hizo, fue repartir los recursos públicos
para los sectores pobres y marginados. Una de sus
principales banderas públicas que siempre desplegó en sus actos de campaña.
El presidencialismo mexicano, lo encarnó el mismo, bajo otras condiciones en donde sus principales líneas de acción fueron “el pueblo”. Nada se hacía
en su régimen sin el llamado consentimiento del
“pueblo” y las banderas de “primero los pobres”.
Esto fue, en síntesis, lo que marcaron los periodos y ciclos del llamado obradorismo en el país.
Digamos desde su formación partidaria en el PRI,
después en el PRD hasta terminar su vida militante
como lo ha anunciado en Morena.
Este ciclo de un líder carismático y popular, por
supuesto que tuvo claroscuros durante el sexenio
que termina. Dominante y popular, intransigente y
con una fuerza política que lo caracterizó.
Por último, veremos si los relevos generacionales entre los liderazgos que asumirán el poder tienen la fuerza necesaria para darle continuidad
al proyecto que les acaba de heredar. En un país
que sigue teniendo grandes contrastes sociales,
económicos y políticos.
Con una acotación, este gobierno no es de izquierda.