En el año 2016, Roman Borisovich inició en Londres un magnífico recorrido llamado el Kleptocracy Tour. Borisovich, de origen ruso, es un exbanquero quien pasó casi dos décadas en Wall Street y City de Londres antes de convertirse en un activista en contra de la corrupción. Era, además, un asesor y gran seguidor de Alexey Navalny. Quien lleva más de diez años siendo un firme opositor de Putin. Tanto así, que en 2020 estuvo a punto de perder la vida después de ser envenenado por los servicios de espionaje rusos durante un vuelo.
El tour, muy al estilo Beverly Hills, donde te llevan a ver las supuestas casas de celebridades a pasear por las propiedades de políticos de alto perfil en Londres. O más bien cleptócratas extranjeros que encontraron en la capital inglesa el lugar ideal para invertir su fortuna. Una vez frente a la propiedad escuchabas todos los detalles: quién la compró, qué puesto tenía, qué hacía actualmente, dónde estaba, etcétera. Según la organización de Borisovich CamptK (campaña para la Legislación contra el Lavado de Dinero en Propiedades de Cleptócratas) había, en ese entonces, más de mil propiedades en Londres de políticos rusos. Su plan era extender estos tours por Miami, Nueva York y otras ciudades.
Me acordé de todo esto porque el fin de semana escuché una historia sobre las desbordadas pasiones que provocó el que un jugador de golf ganara un torneo (entre amigos) con un handicap que, según los demás jugadores, era incorrecto. En otras palabras, hizo trampa. El handicap es igual al número de golpes que un jugador tira arriba del par de campo. Este número se resta del score, para quitar la desventaja que tienes contra un jugador más experimentado. Al supuesto tramposo le dieron su premio, pero le prohibieron regresar.
El joven jugador, ante el peso del desprestigio, terminó pidiendo perdón públicamente por su error. Solicitó también que le aceptaran regresar el oneroso premio a cambio de poder volver al torneo.
En el chat, con más de cien jugadores, la opinión estaba dividida. Algunos pensaban que si regresaba el dinero debían aceptarlo. Pero la mayoría opinó que un ladrón siempre será ladrón. Algunos llegaron al punto de decir que si el “distraído” jugador regresaba al torneo ellos no volverían. Se hizo una encuesta pública y se decidió que debía regresar el dinero, pero no podía volver a jugar.
¡Uff! Para un jugador de golf éste exilio es brutal. Después de escuchar la penosa historia, y todo lo que provocó, me surgieron varias inquietudes. Por ejemplo, me pregunto, ¿por qué no les despierta la misma indignación ver a un sinfín de políticos y allegados que se enriquecen –ahí sí a costillas de todos– pasearse sin pena por restaurantes, fiestas y reuniones? ¿Por qué no son merecedores del mismo exilio? Es más, parece que es al contrario. Son recibidos con ovaciones, la gente se para a saludarlos con gran emoción. Muchos los presumen como amigos y los hacen compadres.
¿Por dónde pasaría nuestro Turibús de la cleptocracia? Seguramente por varios restaurantes, fraccionamientos de lujo y nos llevaría hasta los pisos más caros de Madrid. Ojalá alguien se animé a organizar el tour, sería un éxito.
(Tomada de Opinión 51).