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jueves, noviembre 21, 2024

Placeres proscritos

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|Juan Antonio Masoliver Ródenas

 

(Guillermo Cabrera Infante, Puro humo, Alfaguara, Madrid, 2000, 496 pp.).

El tiempo ha empezado a modificar algunos de los prejuicios que surgieron en torno al boom, prejuicios que tiene su raíz en haber confundido renovación con transgresión y en identificar renovación literaria con renovación ideológica. García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa son renovadores de la novela como género literario y, curiosamente, los que de forma más dominante han creado un discurso político. El tiempo se ha encargado de demostrar que un discurso conservador no le ha impedido a Vargas Llosa afirmarse como el más sólido de los novelistas renovadores, sin los signos de agotamiento que advertimos en los progresistas Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.

También el tiempo se ha encargado de demostrar que los verdaderos escritores revolucionarios del boom son Julio Cortázar en su etapa menos ideológica y Guillermo Cabrera Infante, cuyos obsesivos ataques al castrismo (más que a la Revolución Cubana) difícilmente podemos encuadrarlos dentro de ningún esquema ideológico. Lo que admiramos de Cortázar y de Cabrera Infante es, precisamente, el profundo sentido de la libertad, la vitalidad, la independencia, el sentido del juego, la irreverente ruptura con la solemne tradición cultural, la decisiva incorporación, en su escritura y en su visión de la literatura, de la música y del cine. No hay magia sino imaginación, subversión del lenguaje, irreverencia. Son, además, escritores urbanos dentro de una tradición urbana: Buenos Aires y París en uno, La Habana y Londres en el otro. Y, sobre todo, han roto con el concepto tradicional de la novela y han creado los fundamentos de la nueva novela en lengua española, heredera de James Joyce y de la vanguardia. Cortázar tiene a sus espaldas a Borges, Cabrera Infante a Lezama Lima.

No sorprende pues que estos escritores subversivos lo conviertan todo en acto creador y que encontremos una parecida vitalidad tanto en sus novelas y en sus cuentos como en sus artículos y hasta en sus traducciones. Quien quiera saber algo de la música cubana tiene que ir a Tres tristes tigres; quien quiera saber algo del cine hollywoodense tiene que ir a La Habana para un infante difunto. Pero las páginas de Un oficio del siglo XXArcadia todos los díasCine o sardina o El libro de las ciudades se leen como brillantes invenciones gracias al humor, a la vitalidad verbal y a las chispeantes anécdotas. Gracias también a este sedimento es que encontramos en toda la obra de Cabrera Infante hechos de celebración y nostálgica evocación, de solidaridad con el mundo y de rencor contra los que para él son los enemigos del mundo. Y este “para él” conviene subrayarlo, porque también la paranoia forma parte de la locura narrativa, esta locura que late en todos los grandes personajes de Cortázar.

Puro humo es uno de los mejores ejemplos de la versatilidad de Cabrera Infante. El libro fue publicado por primera vez en 1985 en inglés, lengua que el escritor, que ha vivido la mitad de su vida en Londres, ha frecuentado como guionista cinematográfico, como articulista y como crítico literario. Durante varios años estuvo anunciado en las solapas de la editorial Anagrama. La versión española quedó sin embargo paralizada por falta de traductor. En la nota introductoria se nos dice que “no es una versión sino una reescritura”, algo inevitable: es un libro lleno de juegos de palabras muchas veces intraducibles. To enjoy Joyce is your choice. Pese a tratarse de una reescritura no se ha actualizado el texto más que con escasas excepciones (como la del puro de Clinton, para labios sin labia), de ahí los frecuentes “anacronismos”, como las continuas referencias a los anuncios sobre el tabaco y a los lugares donde se puede fumar.

Puro humo carece de género definido, ya que en él se funden y confunden el ensayo, la investigación histórica y el genio del creador. Escuchamos a un gran conversador que llena su charla de anécdotas, de interpolaciones, de confidencias, de reflexiones, que evoca el pasado, reflexiona y se apasiona. Los tres centros de este largo monólogo son la historia del tabaco, desde su descubrimiento por Rodrigo de Jerez y su cultivo por Pela y Manduca hasta su elaboración, la relación entre el puro y el cine y, finalmente, a lo largo de todo el libro, pero sobre todo en la sección antológica Ta vague littérature, entre el puro y la literatura.

La documentación es abrumadora. Cabrera Infante no es un erudito de biblioteca, sino que posee una biblioteca en su cerebro. Y es allí donde su conocimiento se une a la invención, y las figuras históricas, cinematográficas o literarias se convierten en personajes míticos. Rodrigo de Xeres o de Jerez, el primero en ver a los hombres-chimenea; el rey Jacobo, enemigo del tabaco; sir Walter Raleigh, “el primero en ver la relación entre la palabra escrita y la hebra fumada”; Fernando Ortiz, “un buen exponente del tipo de escritor que me gusta: excesivo, retórico, barroco”; la reina Victoria, para quien los puros eran repulsivos, largos y poco ingleses; o el antihéroe del libro, Fidel Castro, de la mano de Jean-Paul Sartre (“del gran tirano al pequeño filósofo”); Humphrey Bogart, “el más grande fumador de cigarrillos en el reino del cine”; Edward G. Robinson, “el mejor fumador de puros de todo tiempo y lugar”; William Powell, “un actor feo, alopécico y de mediana edad perpetua y aun así su elegancia, tan natural como sólo lo es la verdadera elegancia”. Y así van desfilando los hermanos Marx con Groucho a la cabeza, Marlene Dietrich, Bob Hope, Charles Laughton, Samuel Fuller, Billy Wilder, Karl Marx, Oscar Wilde, T. S. Eliot, Bertolt Brecht, “un Shakespeare de matadero”, o Harold Pinter, “¡Dios mío! Esos cigarrillos pardos deben ser otro de los afeminamientos de Harold, como sus trajes marrones con camisa rosa y corbata marrón”.

Puro humo nos atrae por la capacidad de acercarnos a las pantallas y a sus grandes mitos, a las páginas de los libros y a sus autores, a Las Vegas, a las fábricas y a las tabaquerías, por la información útil y curiosa sobre el tabaco, por los consejos que da al fumador, por los maravillosos elogios al puro y por la complicidad con los fumadores, por el buen humor y por el malhumor, por el hedonismo y por la intensa carga nostálgica, humo y ceniza, “pasión consumida”. Es un libro inagotable que podemos leer de un tirón, abrir al azar, escuchar sus palabras, contemplar las volutas, convertirnos en cómplices de un placer que cuenta con el estímulo de ser también un vicio.

 

(Texto tomado de la revista Letras Libres).

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