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domingo, septiembre 7, 2025

Nothing works better. Nothing

Se escuchaba la banda The Clash a través de la radio de la oficina forense. El mes de septiembre había estado bastante tranquilo. Uno que otro llamado al que había que asistir pero, nada demasiado problemático.

El 29 de septiembre de 1982 a Edmund Donoghue, subdirector médico forense del condado de Cook, le fue notificada la muerte de una pequeña niña de apenas 12 años. La primera víctima de un caso que aún desconociamos.

Como el protocolo indicaba, el forense tenía que hacer preguntas a su padre y corroborar la historia en la casa de la familia Kellerman donde al parecer no había nada fuera de lo normal.

Fue hasta la tarde del mismo día que el mal comenzó a dispersarse en el Northwest Community Hospital. Pacientes como Adam Janus y Mary “Lynn” Reiner, tenían algo en común que pronto se descubriría.

Por la noche la familia Janus (hermano y esposa de Adam) que habían pasado momentos difíciles al preparar el funeral de Adam, sintieron dolores por lo que no tardaron en tomar una pastilla Tylenol. Minutos después ambos se desmayaron.

Recuerdo la llamada del teniente Chuck Kramer. Nos dijo que aquello no era coincidencia, que las dos muertes estaban relacionadas. Ahí fue cuando intervine en el caso.

No estuve solo, también Helen Jensen, una enfermera de salud pública en Arlington Heights, fue clave. Entró conmigo a la casa de los Janus. Después de buscar en cada rincón dimos con las pastillas Tylenol. No creíamos que fuera la respuesta a todo lo sucedido. Pero, aún así pedí el frasco de la primera víctima y así, hacer la comparación con la que sostenía en mis manos. Al momento de abrirlas noté un fuerte olor: almendra amarga.

Inmediatamente contacté al forense Edmund Donoghue. El laboratorio lo confirmó: cuatro cápsulas contenían dosis tres veces letales de cianuro. La doctora Thomas Kim, durante la autopsia también reconoció de inmediato el olor a almendras amargas. Ya no había duda, se trataba de asesinatos. Afortunadamente yo pude reconocer aquel característico olor que solo la mitad de la población puede captar.

Hasta aquel momento habíamos encontrado dos similitudes en los frascos, tenían el mismo número de control: MC2880.

Yo era un investigador de la oficina del médico forense del condado de Cook. Al momento de procesar la situación no creía que la empresa Tylenol tuviera que ver con los homicidios, la mayoría de personas tomaban aquellas pastillas, habrían millones de muertes no solo en el estado de Chicago. Tenía mil ideas formándose en mi cabeza, las que creía más acertadas eran: un loco podría haber manipulado las cápsulas de la farmacia o un trabajador de alguna de ellas. Fuese lo que fuese necesitaba encontrar patrones y hacer entrevistas junto con mi equipo.

Al mismo tiempo seguían sucediendo muertes a causa del Tylenol. Lo siguiente fue un torbellino. Patrullas con altavoces recorrieron las calles pidiendo a la gente que no tomara Tylenol. La televisión y la radio difundieron el pánico. El miedo se propagaba en los cajones de las mesitas de noche, en los hospitales y en las farmacias. La gente miraba las cápsulas como si fueran el objeto más letal del mundo.

El caos inundó a todo Estados Unidos, provocando que Johnson & Johnson anunciara el retiro de mercado del lote MC2880 de Tylenol.

La investigación continuaba, ya no solo en Chicago. Siguieron apareciendo muertes y más preocupación. Johnson & Johnson terminó retirando todos los productos Tylenol en el país, 31 millones de botellas valoradas en más de 100 millones de dólares. Una gran pérdida para la empresa.

Pasaba de casa en casa entrevistando y muchas noches sin dormir por quedarme pensando en posibles sospechosos, respuestas o pistas que no parecían acercarnos a los homicidas. Cada cosa parecía una pista y no sabíamos cuáles seguir. Los teléfonos no paraban de llamar, miles de personas decían haber cometido aquel acto. Este caso ya se había vuelto internacional, algo que nos complicaba a mí y a todos mis colegas.

Un miércoles 6 de octubre la empresa de Tylenol había recibido una carta pidiendo un millón de dólares para detener los asesinatos. Se rastreó la carta y nos llevó hasta New York donde habitaba un hombre llamado James Lewis. Varias veces fue interrogado pero no parecía tener el perfil criminal que buscábamos.

Realmente, los policías e investigadores como yo, contábamos con la misma información que aquel día en que comenzó todo. Lo único diferente era el número de víctimas. Todos los involucrados en resolver el caso pensábamos eso pero, quién lo había dicho en voz alta fue el Superintendente Brzeczek algo que causó una proyección negativa en la población. Nadie quería salir de su casa, ni mucho menos ingerir algo. Halloween se acercaba y padres preocupados prohibíeron a sus hijos salir a pedir dulces, pues temían cualquier tipo de envenenamiento.

Después de dos meses, ninguna pista nos condujo a la respuesta, finalmente Lewis fue detenido por intentar extorsionar a la empresa, sin ninguna otra razón para detenerlo. No había sospechosos claros.

Pasó el tiempo suficiente hasta que la población olvidó aquel horroroso evento y Tylenol regresó al mercado farmacéutico. Fue así como la pastilla que prometía: “Nothings works better. Nothing” (Nada funciona mejor. Nada), modificó sus productos con un sello de seguridad para evitar que fueran manipulados.

Sin embargo, a casi 43 años después de estos hechos el FBI sigue sin poder resolver el caso.

IG: l_ilith13

 

 

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